—¿A qué
esperas, mujer?, que se nos hace tarde…
Virtudes
no dejaba de esmerarse en el cuidado de su hermana, quien gustaba de escribir a
todas horas.
—Espera
unos momentos —dijo suplicante Olivia—, que la inspiración se cuece a fuego
lento. Anda, siéntate a mi lado; escucha lo que dicta el corazón —le respondió
como es costumbre en ella, con esa voz llena de paz que reconforta el alma.
Olivia
dio comienzo a su relato; hablaba de lo etéreo, de cómo vislumbraba al “Caballero Medieval” protagonista de su
cuento. Su mente era el templete colorido imaginario, lugar que sin reservas,
le daba vida al personaje que sin duda era perfecto.
Virtudes
la miraba embelesada, a tal grado, que lograba sumergirse en el contexto hasta
lograr mimetizarse en el paisaje. Se imaginaba a sí misma, reposando sobre las
alfombras instaladas a la derecha del fuego, lugar donde su hermana cimentaba
sus memorias. La Cabaña, los harapos, incluso lo oxidado del escudo que portaba
el Caballero eran tangibles, al menos para ellas.
Al
término de la escritura, Virtudes se llevó la palma de su diestra al rostro; un
olor a petricor le sorprendió al instante. Se trataba del aroma producido por la
tierra, la tierra en donde estaba “La
Cabaña” de la historia, de la cual, Olivia era estelar en el elenco.
Virtudes
se acercó hasta Olivia, y se cubrió la boca, intentando retener el gemido
delator que revelara su delirio; en franco soliloquio musitó... «Enséñame a mirar lo que entre tanta oscuridad
tú puedes ver, querida hermana.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario