domingo, 26 de mayo de 2019

Hagamos magia




—¿A qué esperas, mujer?, que se nos hace tarde…

Virtudes no dejaba de esmerarse en el cuidado de su hermana, quien gustaba de escribir a todas horas.
—Espera unos momentos —dijo suplicante Olivia—, que la inspiración se cuece a fuego lento. Anda, siéntate a mi lado; escucha lo que dicta el corazón —le respondió como es costumbre en ella, con esa voz llena de paz que reconforta el alma.

Olivia dio comienzo a su relato; hablaba de lo etéreo, de cómo vislumbraba al “Caballero Medieval” protagonista de su cuento. Su mente era el templete colorido imaginario, lugar que sin reservas, le daba vida al personaje que sin duda era perfecto.
Virtudes la miraba embelesada, a tal grado, que lograba sumergirse en el contexto hasta lograr mimetizarse en el paisaje. Se imaginaba a sí misma, reposando sobre las alfombras instaladas a la derecha del fuego, lugar donde su hermana cimentaba sus memorias. La Cabaña, los harapos, incluso lo oxidado del escudo que portaba el Caballero eran tangibles, al menos para ellas.
Al término de la escritura, Virtudes se llevó la palma de su diestra al rostro; un olor a petricor le sorprendió al instante. Se trataba del aroma producido por la tierra, la tierra en donde estaba “La Cabaña” de la historia, de la cual, Olivia era estelar en el elenco.
Virtudes se acercó hasta Olivia, y se cubrió la boca, intentando retener el gemido delator que revelara su delirio; en franco soliloquio musitó... «Enséñame a mirar lo que entre tanta oscuridad tú puedes ver, querida hermana.»




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