sábado, 18 de mayo de 2019

Atando lazos




Era mi primer día de actividades en ese prestigioso bufete de abogados. El asistente de Recursos Humanos, joven largo y escurrido, me había presentado a quienes laboraban en ese piso, menos a una, quien al parecer, por alguna razón que desconozco, había llegado tarde. No pude dejar de verla; cómo hacerlo, si con esa silueta tan perfecta que atrapaba la mirada de cualquiera era imposible. La voz imperativa de mi jefe me sacó del embelesamiento.

—Necesito que pongas en orden todos estos folios; primero, en alfabético, después, en cronológico. Al término me dices; os indicaré la sección en el archivo donde deberéis depositarlos.

No dije nada, tan solo asentí con la cabeza. La “montaña” de expedientes era tan alta que casi se desbordan a lo largo y ancho del buró. Mi jefe encaminó sus presurosos pasos hacia la joven que me había gustado.

—Julieta; necesito en mi escritorio la denuncia de la empresa camionera. Es urgente —le dijo con voz autoritaria.

«Julieta; lindo nombre», musité mientras miraba sus caderas; después, me puse en lo ordenado. Sin darme cuenta, la hora del almuerzo había llegado. El comedor de empleados estaba en el octavo piso. En el ascensor, Julieta y yo coincidimos. Nos miramos; sonreímos.

Ante mi sorpresa compartimos mesa; tenerla frente a mí era un delirio. Cerré los ojos. Me imaginé besando sus erguidos pechos, sus muslos…, su sexo. Su dulce voz me devolvió a la realidad en un instante:

—Perdón, no escuché… ¿Decíais? —pronuncié tartamudeando.
—Que cómo te llamas —me preguntó mientras se recogía el cabello.
—Me llamo Graciela —le respondí mirándole a los ojos.

Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública




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