Te
sigo echando de menos, en especial, cuando me siento sola. Te busco en los
lugares donde tantas veces compartimos juntos los momentos de felicidad, envueltos
en el palpitar de nuestros corazones trémulos.
Recuerdo tus
palabras, casi siempre acompañadas de caricias que se deslizaban en la pista de
mi piel ansiosa por sentir tus besos. Mis ojos, color de caramelo, brillaban
con la intensidad de los cometas que se atreven a surcar el cosmos; espacio conferido para unirnos y formar una partícula adyacente a
nuestro interminable cielo.
Las
estrellas que vigilan tu recuerdo lloran en el titilar intermitente que me
aturde el pensamiento, haciendo que mis labios tiemblen, y con eso, balbucear
con gran dificultad tu nombre. ¿Sabes? Estoy cansada; cansada de mirar el
horizonte, de remover cenizas entre los escombros del amor que se resiste a
desprenderse de mi ser y yo, sigo insistiendo, con la esperanza de mirarte
nuevamente al despuntar el alba y despertar de mi espantoso sueño.
Me
sigo preguntando los porqués de tu partida, tan inesperada como el rayo que
presagia la tormenta, destrozando con su estruendo sin piedad la calma.
Poco
a poco mueren los suspiros que se alojan en mi pecho… ¡Tengo miedo! ¡Mucho
miedo! Temor de que tu imagen abandone mi memoria, y con ello, dar por
terminada nuestra dolorida historia, carente de un final como en los bellos
cuentos.
Sí,
te sigo echando de menos; tan es así, que me maquillo para ti como en los
buenos tiempos, luciendo zapatillas deportivas y mis pantalones nuevos, sin olvidarme
del perfume que encendía tus feromonas mientras tú, en franca gallardía,
incendiabas mis famélicos deseos.
De
nada sirve claudicar; es mejor morir en el intento. Así que volveré mañana, con
la frente alta y la ilusión intacta, sin importar que la impaciencia en el
reloj me robe cada instante sin tu amor…, aunque me duela el alma.
©Roberto
Soria – Iñaki
Mary
Aza Cano