Año viejo, es mi turno de mirarte en agonía… Tú, que llegaste
tan seguro, con valijas repletas de esperanzas, ¡mírate! Luces cansado. Tras de
ti, una estela de desgracias, baraja de
infortunios cuyos naipes jugaron con la buena voluntad en donde muchos…,
perdieron la partida.
Tus promesas impolutas
se extraviaron en el fango. No te aflijas, te comprendo, después de todo, la
responsabilidad del cambio conductual no es cosa tuya.
Fuiste testigo mudo de
desastres naturales. La única invitada salió siempre victoriosa. La muerte.
También escuchaste
centenares de mensajes pretenciosos, provenientes de líderes perversos que
contaminan el orbe, cuya demagogia pestífera amasó fortunas exorbitantes en
favor de su linaje. Sí, de unos cuantos, quienes brindarán en copas de oro con
el vino extraído de viñedos cuyo fruto, tiene sangre.
A lo largo de tus días
la felicidad se hizo presente. Selectiva, lo mismo que la salud. El precio para
disfrutarlas fue muy alto, tanto, que muchos terminaron aceptando enfermedades
y desdicha sin tener conocimiento que la cura…, es costosa.
Conociste al gran
Gigante, “la evolución”. Con esas piernas enormes que hacen pasos demasiado
grandes, algunos para bien y otros… para acelerar la destrucción. Pero,
cambiando de tema, dime, ¿cómo será tu sustituto? ¡No!, no digas nada, es mejor
que lo reciba con laureles. Supongo que al nacer, igual que tú, me hará muchas
promesas. Sólo espero que la cuna que le dé la bienvenida no se asemeje a un
curul.
Descansa, querido amigo.
No te preocupes por nada, después de todo el olvido será ese cruel epitafio, en
tu tumba abandonada.