martes, 26 de febrero de 2019

Deshonra «Quinta parte»




(…) Llegar a casa, lejos de convertirse en un alivio, agudizó el desequilibrio emocional que me aquejaba. Las medicaciones suministradas no solo me ayudaban a contrarrestar las perturbaciones corporales, esas que me provocaban escalofríos, sudoraciones e insomnio, sino que también, me hacían escapar de la funesta realidad que me asfixiaba.
Mi madre dejó de cuestionar las razones de mi padecimiento, conformándose con las explicaciones médicas que atribuían esquizofrenia.
Mis hábitos cambiaron; deje de sonreír, de creer, de soñar. Mi mundo se contrajo, remitiéndose a mi triste habitación, lugar con una sola compañía; el espejo, cuyo reflejo me dejaba ver ese montón de huesos en el que yo, involuntariamente, me había convertido.
Con el correr de los meses poco a poco fui saliendo al patio; temerosa, angustiada, imaginando la silueta de mi primo. Mi mente revolucionaba, mezclando etapas de mi vida cual batido que se sirve en las mañanas; mis ganas de morir se mantenían intactas.
Una tarde, mi madre recibió la visita de una amiga; vecina de la comunidad, cuya casa se encontraba a un par de millas de nuestro domicilio. Yo estaba en la cocina, ellas, en el salón de estar. La señora lloraba, preguntándole a mi madre sobre mi perturbación pues por desgracia, una de sus hijas presentaba síntomas muy similares a los míos. Después de intercambiar sus comentarios llegó la despedida, no sin antes acordar una entrevista con la trabajadora social que le daba seguimiento a mi patología.
Semanas después, un evento singular se presentaba:
—Iremos a ver a mi amiga; su hija ya está en casa, por fin le han dado de alta en el psiquiátrico. Le hará bien recibir nuestra presencia —dijo mi madre.
Así lo hicimos. Mi participación estando allí se limitó a observar. La permanencia fue corta, ya que un representante sanitario estaba por llegar para evaluar la condición de nuestra amiga. La partida coincidió con el arribo del empleado; era él, aquel hijo de puta que me sodomizaba cuando estuve ingresada en el maldito nosocomio. No pudo verme; los arbustos de la huerta lo impidieron.

Continuará…

Roberto Soria – Iñaki
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lunes, 25 de febrero de 2019

Deshonra «Cuarta parte»



(...) El inexorable paso del tiempo registraba mi desdicha. Mi madre dejó de visitarme por espacio de dos semanas; mi querido padre, había fallecido. Una luz en mi consciencia me arrancó una lágrima; mi guía, el ser que me había dado la vida ya no estaba más entre nosotras: «Echaré de menos tantas cosas que dijiste, papá»; pronuncié en mi soliloquio.
Los meses transcurrían. Por fortuna para mí, el enfermero sanitario que abusaba de mi desvalido cuerpo ya no estaba; había sido trasladado a otra provincia, según pude escuchar decir a los empleados: Un problema menos en mi vida.
La evaluación mensual que los especialistas llevaban a cabo para determinar mi evolución se presentaba: Analíticas, indagatorias e interrogatorios no se hicieron esperar. Jornada larga para no variar; los resultados habían dejado de imporptarme. Siempre era lo mismo; ajuste en las dosis de las medicaciones; variaciones en las dietas; recomendaciones y, la eterna promesa de que pronto dejaría el maldito nosocomio. Ese día fue diferente; mi madre fue citada para recibir el parte médico.

—Muy bien; el diagnóstico emitido por mis colegas es halagüeño  —nos informaba el jefe de los servicios psiquiátricos—. Hemos decidido darle a su hija la alta médica; aunque debo decir que será bajo supervisión. Los fármacos que ingerirá son controlados. Uno de nuestros trabajadores sociales les visitará en su domicilio; será cada semana. Es un protocolo para…

Dejé de escuchar los comentarios que mi madre recibía. No sé si sentí alegría por obtener la libertad; mi mente estaba ocupada por una fijación perturbadora, la de matar a mi primo. Sería una muerte lenta; así lo sugirió mi sueño. El instrumento a utilizar sería la hoz; larga y afilada, segadora de cosechas en los campos de mi padre. Lo ataré en el granero, no sin antes seducirlo con engaños; después —estando desnudo— cortaré de tajo su salvaje masculinidad. Lo veré desangrarse, aullando como perro; suplicando que lo mate.

Roberto Soria – Iñaki
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domingo, 24 de febrero de 2019

Deshonra «Tercera parte»




(…) Las mañanas en mi vida desaparecieron para dar comienzo a la penumbra. Mi madre sollozaba junto a mí; bisbiseaba un centenar de dudas, acompañadas cada una de “los porqués” interminables. Las ligaduras que me ataban a la cama fueron retiradas; la medicación que me suministraban me mantenía en estado catatónico; pasiva, aletargada…, perdida en mi submundo.
Mi cabeza se volvió una “olla”; hogar de voces incoherentes que pugnaban por ganar una batalla. Bajé mucho de peso; no supe cómo fue, pero el control de mis esfínteres se había extraviado, lo que me valió adoptar la suciedad que me cubría como la cloaca maloliente en el traspatio de la casa.
—¡Otra vez estás cagada…? ¡Perra!; ¡eres un residuo pestilente!, ¡pura mierda! Deberías morirte: ¡LOCA! Eso eres... ¡Una LOCA! —increpaba el enfermero sanitario.
Baldes de agua fría con jabonadura recibía mi cuerpo, acompañados de una friega con “cepillo” para retirar las heces de mi lánguida epidermis; labor que se volvió rutina como el preámbulo que me anunciaba la visita de mi madre.
La palabra “demente” se volvió un estigma, al punto tal que lo llegué a considerar mi nombre. Sin motivos aparentes me reía, actitud que disfrutaba el enfermero cuando penetraba mi vagina en desenfreno, quien al término de su satisfacción se sacudía el enorme pene en mis desnudos pechos.
—Gracias, puta; ahora te daré tu premio —pronunciaba al tiempo que extraía del frasco las pastillas que me harían dormir profundamente.
Mi norte se perdió; las hojas en el calendario se volvieron mudas, sordas e indolentes. Los recuerdos en mi mente desfilaban en desorden; algunos, evasivos, como pretendiendo escapar a mi memoria para no ser sentenciados por el tribunal que defiende la justicia. Evoqué la bochornosa escena de mi primo follándome salvajemente; lo justifiqué basada en la inconsciencia, atribuyendo su maléfica actitud a los estragos que produce el puñetero vino.
Continuará…

Roberto Soria – Iñaki
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sábado, 23 de febrero de 2019

Deshonra «Segunda parte»



(…) Desde aquel día, en el que mi orgullo y dignidad sufrieron la ignominia, perdí toda cordura. Las pesadillas se adueñaron de mis noches, así como lo hicieron los temores en mis turbulentos días.
Deseaba contarle lo sucedido a mi madre, mas dudaba. Ella, mujer madura y de carácter fuerte, se ocupaba todo el tiempo de mi padre; un hombre enfermo, desgastado por las duras jornadas laborales en el campo. Dos años atrás, una embolia cerebral lo había postrado en una cama, así que; ¿merecía la pena agregar una mortificación más a la pesarosa situación de mi familia?
Con el correr de los días me di cuenta que mi primo me esquivaba. Dejó de visitarnos como antaño: ¿Culpa?, no lo sé; pero era mejor así, porque de tenerlo cerca de mí le habría escupido a la cara, de la misma forma como él lo hizo cuando mancilló mi honra.
Tiempo después, la secuela irreversible me pasó una gran factura; mi lucidez languidecía, condenando mi razón a la vesania. El suicidio se asomaba por mi puerta; sin más preámbulo, acepté su invitación. Una tarde, mi madre había ido a por las compras en el pueblo, así que, decidida, cogí el frasco de la medicación que le suministraban a mi padre… Una treintena de píldoras clamaban por salir del recipiente para recorrer mi esófago; el destino final sería mi estomago. No supe más; cuando desperté me miré en el nosocomio. Mis ojos hurgaban en todas direcciones; quise moverme, mas no pude. Unas ligaduras se encontraban ceñidas a mis cuatro extremidades atándome a la cama…
—¡Auxilio! ¡Ayuda! ¡Sáquenme de aquí! ¡Ayuda! —gritaba con las pocas fuerzas que tenía, sin entender lo que pasaba porque descolocada me sentía.
Un enfermero sanitario se acercó para infiltrarme una sustancia en mi antebrazo izquierdo. Quise preguntarle tantas cosas; no tuve la oportunidad, la medicación hacia su efecto.

Continuará…

Roberto Soria – Iñaki
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jueves, 21 de febrero de 2019

Deshonra



Decidida estaba; la muerte sería el remedio para terminar con las cadenas que laceraban sin piedad mi cuerpo. Hablando con mis recuerdos hice miles de reproches hacia el tiempo, un tiempo lerdo, pero afilado como la cuchilla de la hoz que mi padre utilizaba para segar los verdes campos que bordeaban nuestra casa… Campos malditos, testigos mudos de la deshonra que sufrí cuando cumplí los quince. Maldije los momentos de fatalidad que me asediaron, mancillando sin piedad mis ilusiones.
Mi primo, en aquel entonces, celebraba su cumpleaños número veintiuno. Andaba ebrio, dando tumbos y lanzando pestes en contra de la novia que lo sumergió en el abandono. Su mirada era de fuego; abrasadora, asfixiante, capaz de derretir cualquier bravura. Sentí mucho temor, tanto, que instintivamente me aparté de su camino; demasiado tarde, él, me había visto…
—¡Epa! ¡A dónde vas con tanta prisa? —Espetó iracundo.
—Voy a casa; vengo del colegio. Mis padres esperan mi llegada —respondí entre bisbiseos.
Se acercó hasta mí. Yo, anquilosada, apreté mis libros contra el pecho; acto endeble, pues de un solo manotazo él, mandó hacia el suelo mis escudos de defensa. Me cogió con brusquedad de mis desnudos hombros, atenazándolos sin importar lo frágil de mi complexión delgada. Su aliento me quemaba la respiración, calcinando mis palabras y petrificando con su ardor mis ignorados ruegos. Nada pude hacer para evitar el acto cruel que se gestara en las inmediaciones de la siembra.
Mis gritos fueron acallados con un par de bofetadas que minaron mis sentidos… Me desgarró la ropa; ¡me succionó los pechos! ¡Sus largos dedos exploraban con lascivia mi entrepierna…! Un golpe en el mentón me derrumbó en la hierba; no supe más, la realidad había escapado a mi consciente.
Minutos sempiternos; cuando pude reaccionar, él, se abotonaba la camisa.
—¡Cuidado con decirle esto a alguien! Lo pagarías muy caro; ¡golfa!, ¡zorra! —me dijo amenazante; después, se retiró escupiéndome a la cara.


Continuará…


Roberto Soria – Iñaki
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martes, 19 de febrero de 2019

Delirio



(…)  no sé por qué, pero mi vista se posó en esa silueta femenina;  escuálida, maquillada de temores y patologías producidas por la mente, una mente que acusaba un desgaste excesivo, crónico. Su sonrisa —enigmática— se dibujaba con gran dificultad. Sus facciones camaleónicas me dejaban ver expresiones disímiles entre sí: Vesania y cordura, luz y sombra, odio y amor… No obstante decidí acercarme, al punto tal que, sin querer, me fui impregnando del aroma de sus fragmentados versos.
Debo confesar que la experiencia fue como ese viaje realizado en la montaña rusa que jamás repetiré; sus altibajos conductuales mermaban mi entusiasmo. No obstante, le tomé la mano, jurando que jamás la dejaría en el abandono; sí, me había estigmatizado.
El tiempo hizo su parte, dejando al descubierto un centenar de cicatrices. El destino cómplice pronosticó una jugarreta, azares que minaron ese tul que disfrazaba la verdad que se ocultaba entre los bordes de una herida bien disimulada. Quise curarla, pero cómo hacerlo si el dolor que le aquejaba ya era añejo; se había colado entre sus descalcificados huesos, deshidratando lentamente cada gramo de la médula incipiente.
No desistí, aunque consciente estaba; su abandono llegaría tarde o temprano. Le amaba tanto que llegué a soñar en conquistar en ella un cambio, un cambio no gestado como lo es un embarazo imaginario.
Iluso soy; nada importa, pues el espejismo de su amor y su alocada vanidad me hicieron comprender que la mentira tiene patas cortas. Delirio enajenado, manos temblorosas, y unos brazos extendidos en espera de un abrazo prolongado que disipe la nostalgia de un pasado tormentoso; a cambio de eso, ella tiene preparado un plato: La traición, cocinada a fuego lento, entre brasas concubinas que censuran el resurgimiento de la fe que se quebranta como lo hace el tronco seco de la inopia, anquilosamiento que confunde la necesidad de amar con compañía, sin importar que sean migajas porque al parecer, le importa más alimentar el cuerpo, dejando en cruel ayuno la nutrición del alma.

Roberto Soria – Iñaki
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sábado, 2 de febrero de 2019

Ando y yendo son gerundio



Caminando entre la hierba seca, observando cómo la naturaleza sin palabras dice tantas cosas. Fijando la vista en esos puntos semiocultos que parecen poca cosa, pero que guardan miles de secretos; algunos, inefables. Cerrando los ojos para percibir el viento; una franca invitación para escuchar el trino de las aves y la estridulación de los insectos.
Descubriendo en los arbustos colonias de especímenes luchando por sus vidas, sin importar lo que resulte al deambular entre panales que dan miel, o en las espinas de un rosal ya casi muerto. Nada se detiene, ni siquiera el mismo tiempo.
Andando con el trote que acompaña el golpetear del minutero, yendo hacia el encuentro del ocaso que se abraza al horizonte. Todo eso es alimento no solo para el cuerpo, pues lo que absorbe la mirada es un nutriente para embellecer el alma. Ando escudriñando, para encontrar la calma.


Roberto Soria – Iñaki
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