miércoles, 4 de agosto de 2021

Que me perdone el tiempo




No supe que te amaba, hasta que las lágrimas bañaron por completo mis mejillas: la humedad gritaba esa palabra corta que no supe comprender en el momento justo, dejando a la deriva el sentimiento que se había gestado en mis entrañas, y yo, cual niño que disfruta de juguete nuevo, abandoné el nidal que me brindaba su calor como la leña al fuego.

Salté de cama en cama, debo decirlo, pensando que rodeado de caricias vanas se ensanchaba el ego; qué tonto fui, duele saberlo, porque al pasar el tiempo descubrí que soledad, cuando no se sabe amar, es un espacio rancio y silencioso, donde el eco se convierte en un verdugo que repite las palabras más hirientes.

Dejé que me quisieras, burlando tu cariño sin saber que pagaría muy caro. Hoy, pasado tanto tiempo, mi cabello luce blanco, y los surcos de mi piel, tan profundos como abismos insondables, añoran la semilla de tus besos, tan fértiles como los sueños húmedos que derramé en mi almohada.

Que me perdone el tiempo, porque mis cansados pies ya no soportan caminar sin rumbo fijo, buscando lo que tuve junto a ti cuando la juventud me acompañaba sin reclamos, embriagándose a mi lado sin temor a la resaca, bebiéndonos con gran placer cada mañana: sí, que me perdone, y de ser posible tú también, por no saber cuánto me amabas.


Roberto Soria – Iñaki

Imagen pública