«Decidme el precio que tengo que pagar para obtener vuestro cariño»; le
dijo un cuervo a la gaviota de la cual estaba enamorado.
—Es muy alto, mi querido amigo; mas no es inalcanzable. Se traduce en
ocho letras, ocho, como el símbolo del infinito. ¿Podéis imaginar al aire
prisionero?, o a los manantiales vomitando magma… La Tierra y la Mar son
complemento, así como la Luna con el Sol al despuntar el alba.
—¿A dónde pretendéis llegar con todo eso?¿Por qué me discriminas?;
yo tan solo quiero que me ames, y que te quedes conmigo para siempre —suplicaba
el Corvus corax.
—Escucha bien, intrépido plumífero: La naturaleza es sabia; aunque los
dos somos aves hemos sido creados de forma diferente. No en valor, tampoco en importancia.
Cada uno de los seres vivos tiene una encomienda para preservar el equilibrio.
Equivocado estáis al decir que te desprecio. Te quiero, viejo amigo; pero no
como lo piensas. Tus virtudes naturales no se adaptan a las mías, y nuestros defectos
chocan como lo hacen las estrellas al perder su norte; razones más que
suficientes para no juntar nuestro deseado vuelo.
—¡Sin preámbulos estériles! ¡Anda, decidme ya cuál es tu precio!
—Increpaba el ofendido cuervo.
—LIBERTAD; ese es el precio… Libertad para poder volar cuando me venga
en gana, sin tener que preocuparme de cadenas que se ajusten a mis blancas
alas. Para poder elegir la compañía que se mimetizará con mis ensueños sin reparar
en que la vida es corta, o larga. Libertad para pensar, para sentir, para descubrir
que puedo dar lo que la buena voluntad me llena el alma. Para recibir lo que
mis actos se merecen…, para equivocarme, para caerme de lo azul del cielo si
fuese necesario, y con ello, aprender a remendar mis yerros. Sí, ese es el
precio, porque quiero habitar donde mis plumas no se sientan mancilladas; en
cualquier lugar, en cualesquiera, pero nunca al interior de una funesta jaula.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública