jueves, 24 de enero de 2019

Halcón herido



Surca el cielo, con las alas extendidas cual cuchillas, desgarrando la pureza que produce el viento. Su agudeza visual es contrastante con la poca razón almacenada en su memoria, de apenas unos cuantos megabytes descontinuados.
Hambriento busca mitigar el apetito con las presas a su alcance; indefensas, otras, distraídas, incluso algunas malheridas. El halcón no entiende sobre compasión, y no porque sea malo, sino porque fue creado para subsistir a costa de lo que sea.
Pareciera ser contradictorio pero tiene sentimientos, tan es así, que sus avivados y pequeños ojos buscan sin cesar a quien será su futura compañera; él no sabe distinguir: Blanca, negra; águila o paloma mensajera. Qué más da, a todas las mira por igual, lo dice su aleteo sustentado por el filo de sus garras.
Por fin la encuentra; hembra de plumaje blanco y fino. La observa, descubre su fragilidad; un hilo muy delgado le sostiene la cordura. El desorientado halcón sacude la cabeza; se acerca a ella, le hace mimos, y la besa. Ella cede; cómo no hacerlo si el equivalente a un oasis en medio del desierto está frente a sus negros ojos. El halcón se muestra satisfecho; decretan un amor perpetuo, sustentado en la locura de una amarga soledad que les jugó una broma.
Él se enfoca en construir un nido para ella; no sabe cómo hacerlo. Sin razonamiento alguno da comienzo a los cimientos; al final, espinos y hojarasca servirán como aposento.
Ella llega hasta su nueva casa; ilusionada, no obstante las heridas que le impiden extender sus blancas alas. El halcón la mira complacido: «¡Serás por siempre quien caliente para mí este nido!», le dice entusiasmado. Ella esboza una sonrisa, aceptando que la cruda realidad no tiene prisa.
El tiempo pasa; los espinos que han servido como lecho ya no cumplen el propósito con el que fueron creados… Ella sabe que el amor que había jurado se ha extinguido; sus alas han sanado, es momento de volar hacia otros lares. ¡Pero el halcón no lo comprende! ¡Le reprocha! ¡Y entre picotazos con olor a muerte pide resarcir el daño…! Pero ninguno de los dos está dispuesto a conceder un palmo en el terreno con hedor a hiel, aquel que en el ayer les ofreció la miel sin garantía, sin reparar en las piruetas que acostumbra dar el calendario de la vida. Al final de la batalla nadie gana; ambos pierden.


Imagen pública


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