viernes, 4 de octubre de 2019

Doscientas noches




Quedarme junto a ti fue la promesa, abrazado a tu temperamento tan cambiante. Pediste que te amara, y sin preámbulo, puse a tu disposición mis besos, acompañados de caricias embriagantes.

Nos entregamos por completo, desnudos de prejuicios incriminatorios que interponen mil pretextos contrastantes con las ganas de querer y ser queridos.

Juntos aprendimos el idioma del silencio; los gemidos suplantaron las palabras. Nuestros cuerpos eran como el mar, extenso y húmedo. Y qué decir de nuestras mentes, tan creativas muchas veces y otras tantas incoherentes.

El hastío no encajaba en nuestras vidas; la pasión se renovaba por sí sola. Doscientas noches contemplaron nuestro apego, y en la doscientos uno, el cielo te lloró como ninguno… Moriste en un acto repentino, y yo, sin entender lo sucedido, cogí ese trozo de papel que sostenía tu mano. «Mi destino estaba escrito; hace tiempo que mi corazón fue desahuciado».

Besé tus labios; estaban fríos. Después de las exequias me sentí vencido, y aunque vago como nómada que se perdió rumbo al olvido, me acompaña tu calor, lo mismo que el placer por habernos conocido.

Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública