Quedarme junto a ti fue la promesa, abrazado
a tu temperamento tan cambiante. Pediste que te amara, y sin preámbulo, puse a
tu disposición mis besos, acompañados de caricias embriagantes.
Nos entregamos por completo, desnudos de
prejuicios incriminatorios que interponen mil pretextos contrastantes con las
ganas de querer y ser queridos.
Juntos aprendimos el idioma del silencio; los
gemidos suplantaron las palabras. Nuestros cuerpos eran como el mar, extenso y
húmedo. Y qué decir de nuestras mentes, tan creativas muchas veces y otras tantas
incoherentes.
El hastío no encajaba en nuestras vidas; la
pasión se renovaba por sí sola. Doscientas noches contemplaron nuestro apego, y
en la doscientos uno, el cielo te lloró como ninguno… Moriste en un acto repentino,
y yo, sin entender lo sucedido, cogí ese trozo de papel que sostenía tu mano. «Mi
destino estaba escrito; hace tiempo que mi corazón fue desahuciado».
Besé tus labios; estaban fríos. Después de
las exequias me sentí vencido, y aunque vago como nómada que se perdió rumbo al
olvido, me acompaña tu calor, lo mismo que el placer por habernos conocido.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública