Visita
inesperada, tiene nombre y apellido —Pancreatitis aguda—. Un arribo no
deseado. Sin embargo, se presenta sin invitación alguna. Es hora de cambiar de
residencia, al menos, temporalmente.
Muros
blancos, mudos y fríos, testigos de lamentos, de lágrimas y quejas. Cortinas
pesadas, divisoras de camas de tamaño individual confeccionadas en acero.
Abatibles, soportando colchonetas que a su vez, albergan cuerpos.
Sábanas
blancas, estampadas con el logotipo de la institución médica que representan. Elaboradas
en tela de algodón, por cierto…, nada terso. Ásperas, con el aroma inconfundible
a sufrimiento, también, a muerte.
Lámparas
que se asoman de los techos, que se encienden para iluminar la pena, incluso,
los medicamentos, así como los artilugios necesarios que procuran la salud de
los enfermos, quienes inmóviles esperan compasión a través de un buen diagnóstico.
Pero, ¿de quienes…? De las Batas Blancas que deambulan por las salas. Supongo.
Y
digo que supongo porque pareciera ser que muchos de los médicos intentan
ocultar su rostro. Se presentan indolentes, algunos, arbitrarios. El sonido emitido
por sus zapatillas conlleva un ritmo que denota miedo.
La desconfianza se asoma por
una de las ventanillas del Hospital, edificación custodiada por guardias cuyos
rostros y actitudes son feroces, emulando a carceleros medievales, carentes de
sensibilidad y poseedores de ignorancia más grande que el universo.
Una voz estridente
interrumpe la concentración de mi análisis exploratorio… —¡Doctor, doctor,
pronto, mi mamá se está muriendo!—. Los gritos suplicantes provienen de una
mujer que ronda los 50 años. Con lágrimas en los ojos extiende su diestra en un
intento por tocar la “Blanca Bata”
del galeno, pero éste… se hace a un lado, al tiempo que pronuncia una
advertencia altisonante sin remordimiento alguno. —¡Hey, hey, calma, señora!—.
El silencio se presenta, le bastan dos segundos para ceder de nueva cuenta la
palabra al doctor que con ironía cuestiona… —¿Cómo sabe usted que su mamá se
está muriendo? ¿Acaso es usted médico?
La señora se encoge de
hombros, afligida… después de unos instantes reacciona y balbucea —Pero, es que
ya no me responde, ¡creo que está agonizando!—. El médico levanta la voz aún
más, como muestra de su autoridad, asegurándose de que los allí presentes lo
escuchen con toda claridad. —¡Señora!, nada de «yo creo». Aquí no se trata de creer, que no estamos en un templo.
Evite especular. Ordenaré que le practiquen unas analíticas para determinar su
condición. Espere a que le llamen.
Unos camilleros, acompañados
por una enfermera se llevan a la paciente. Una hora más tarde, la hija de la
mujer enferma por fin recibe noticias… —Señora, lo lamento, su mamá, ha muerto…
***
Día octavo… la enfermedad de
mi madre sigue estacionada. —Estamos en espera de que su páncreas se desinflame
y de que la infección de la vesícula ceda—. Parte médico de un hombre con
cabello escaso. Regordete, de barba rala un tanto cuánto crecida. —Soy el
doctor Arias—. Así se presentó conmigo.
Deposito mis cansados huesos
en la incómoda silla disponible junto al camastro que ocupa mi madre. Ella, con
gran dificultad me llama… —Hijo, gracias por estar aquí conmigo—. La miro
mientras trago saliva para humectar mi garganta y con ello, emitir las palabras
precisas que logren transmitirle mi confianza.
Su mirada está perdida,
vidriosa, clavada en el punto fijo de la nada. Le ofrezco agua, llevando el
pequeño vaso desechable hasta sus marchitos labios. Sólo unas gotas, eso es lo
que bebe. Ella está en ayuno. Le acomodo en la nariz la manguera del oxigeno.
—Cuando muera quiero que incineren mi cuerpo. Dile a tu padre que me perdone
por dejarlo solo—. Mi mente pulsa el interruptor de las compuertas que
contienen al líquido salino que se aloja tras mis ojos. Lo pongo en –off—.
No es bueno que mi madre perciba mi tristeza.
Su cuerpo presenta una
hinchazón que me sorprende, producto de los líquidos que se deslizan por la
sonda clavada en una de las venas de su cuello. Le doy masaje en sus
extremidades. Ella, silente, cierra sus ojos, se sabe acompañada por los frutos
que cosechara hace más de medio siglo.
Mis hermanos y yo hacemos
turnos, el pase de 24 horas previamente autorizado nos favorece. Pero los
minutos, pareciera ser que se detienen. La espera se hace larga. En un lapso de
tres días he visto fallecer a dos personas. «Dale
a mi madre una tregua.» Intento pactar con la muerte.
Las Batas Blancas deambulan,
convirtiendo a los pasillos de las salas en una especie de foros. En contraste
radical con los enfermos y sus familiares, los médicos sonríen, incluso, hacen
bromas. Otros, ensimismados, deslizan sus dedos con gran habilidad sobre sus
teléfonos móviles. Al parecer, conversaciones que los alejan de una realidad en
donde muchas vidas penden de un hilo, tan delgado y transparente, y cuya
fragilidad es susceptible a los suspiros.
—Poco y nada les importan
los quejidos de dolor que emitimos los pacientes—. Me dice doña Sara, señora
que comparte la pequeña habitación en donde se hospeda mi madre. —A mi me
practicaron una cirugía, una hernia a la altura del ombligo, —aspira hondo— pero
algo hicieron mal, tengo infectada la herida. Llevo aquí casi un mes, y no me han
podido dar el alta médica.
La miro compadecido, y
mientras mi madre duerme, platico con doña Sara en lo que sus familiares
llegan…
***
Incertidumbre…, el protocolo
de visitas a pacientes ha sido modificado. Así lo advierte el guardia de
seguridad que custodia el pabellón en donde se encuentra mi madre. Me pregunto;
¿cómo es posible que instrucciones como esas sean transmitidas por el personal
de vigilancia? —Las órdenes provienen de subdirector del Hospital, el Doctor
Padrón—. Así lo dice el policía. Sentencia irrevocable. El pase de 24 horas ha
quedado suspendido. Ahora sólo podremos estar junto a mi madre en horarios asignados.
Mis hermanos interponen una
inconformidad, sustentando la incapacidad de mi madre para valerse por sí
misma. Pero, el “Doctor Padrón”, se sostiene en su decisión. Alega que sólo los
familiares de invidentes y mutilados podrán gozar del privilegio de permanecer
junto al paciente. Respetuosos, aunque no conformes, acatamos la instrucción.
***
12 de enero, 2018. Uno de
mis hermanos es reprendido por personal del Hospital. ¿La causa? El no haber
permanecido junto a mi madre la noche anterior…, inicia el alegato. —¡Necesitábamos
practicarle a su madre unas analíticas y no ha sido posible porque no hubo
algún familiar para autorizarlas!—. La razón se ausenta, el tono de las voces
se incrementa.
Mi hermano decide acudir con
el Director del Hospital para interponer una queja. El juicio se decanta a
nuestro favor… la instrucción incompetente del Subdirector, Padrón, salta a la
vista. Pero como expertos escapistas justifican su acto negligente con un
—usted perdone—. El pase de 24 horas es reactivado.
Doce horas perdidas,
valiosas. Pero sólo para nosotros, porque resulta evidente que para los
médicos, la salud de los pacientes no interesa.
¿Procedimientos erróneos?,
muchos. En una de mis visitas a los servicios escuché una charla entre
enfermeros. —Pero, ¡dime¡ ¿Cómo quieren que le tome los signos a los pacientes si
no me proporcionan el equipamiento necesario para tal efecto?—. Se trata de dos
jóvenes que, al igual que yo, se encuentran en el interior de los baños. Al
parecer son recién egresados del colegio. Ninguno de los dos advierte mi
presencia.
***
Enero 15. El padecimiento de
mi madre sigue aparcado. Los médicos argumentan que no pueden llevar a cabo la
cirugía por complicaciones. Ahora mi madre presenta un cuadro de Neumonía. Dos
de mis hermanos enferman, eso les impide apoyar en las labores de
acompañamiento. Los turnos que habíamos organizado para cubrir las guardias se
diluyen. La presión es mucha.
Miro de nueva cuenta la
ficha clínica que pende de la cama de mi madre… Soluciones, antibióticos,
analgésicos, y ahora, un nuevo integrante…, nebulizaciones, acompañadas de
disparos orales de Salbutamol.
La espera continúa.
Pacientes van y vienen. Salen con el alta médica, algunos, por su propio pie,
otros, ayudados por sus familiares, incluso, con sillas de ruedas. No es el
caso de una señora joven que llora recargada en uno de los muros de la
habitación contigua a la de mi madre, en donde su familiar…, ha fallecido.
***
—Agua, agua por favor…—. Mis
oídos captan la voz débil de mi madre. Cojo la jeringa para cargarla con agua.
De a poco deposito el contenido entre sus labios. Miles de pensamientos se
agolpan en mi mente. Las sensaciones que experimenta el ser humano se congregan
en mi pecho, como si se dispusieran a celebrar una contienda para ver quién
sale victorioso.
Recuerdo las palabras de mi
amiga Celia, «Es triste y doloroso verlos
partir poco a poco.» Flores bellas, metáfora que entretejo junto a los
deseos ávidos de resistir al borde del camastro. Pero las flores se marchitan,
el entorno les ha dado la espalda. —La única cita que no puede eludirse es con
la muerte—, y aunque todos lo sabemos nos resulta inaceptable.
En mi análisis existencial
concluyo que, quizá no es en sí la partida del ser querido la que nos flagela,
sino las formas, normalmente intempestivas… —Y aquí estás, querida madre, ante
mis ojos, escuchando tu respiración cada vez más lenta, envuelta en un compás
cansino, rodeada e invadida por sondas que llevan en sus contenidos no solo
medicaciones, también alientos de vida—. El sonido de mi teléfono móvil me saca
de mis cavilaciones, es la llamada de una de mis hermanas. Nos ponemos en
contexto. Concluimos con base en el reporte médico que debemos enterar a mi
padre, hombre también enfermo.
Cuestión de horas. Los
médicos estiman que el recurso de la intubación endotraqueal debe llevarse a
cabo en el transcurso del día. Piden nuestra autorización para llevar a cabo
tal procedimiento. Mis hermanas lloran. Entendemos a la perfección lo que eso
significa.
Mi mente divaga. Mis
compuertas lagrimales se revientan. Aprieto mis puños, como intentando retener
el aliento de mi madre «¡Fortaleza! ¡No te rindas!», digo para mis adentros. Los
momentos más difíciles se acercan…
***
Los días transcurren, y las
Batas Blancas siguen deambulando. Algunas hacen cónclave para discernir las
medicaciones adecuadas que logren contrarrestar los padecimientos que se
presentan complicados, otras, simplemente deslizan sus zapatillas a lo largo de
los pasillos con sus teléfonos móviles en la mano.
Las Batas Blancas que
atienden a mi madre dilucidan. Finalmente, resuelven… los efectos del nuevo
tratamiento hacen acto de presencia, resultado en apariencia favorable. La intubación
endotraqueal ha quedado descartada. 14 días desde aquella tarde en la
víspera del día de Reyes. La batalla continúa. La noche nos entrega la estafeta
de esperanza en cada día.
El anecdotario se
incrementa. La indolencia y arbitrariedad de algunas Batas Blancas que llevaron
a cabo el juramento hipocrático es contrastante con el texto…
«Juro por Apolo médico, por Asclepio, Higía y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que
he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto
ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia. Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido
gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si
lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.»
Nada es lo que parece…
—Señorita, ¿podría revisar
el pañal desechable de mi madre y ayudarme a acomodarla bien sobre el camastro?
Por favor —solicitud amable que le hago a una de las enfermeras.
—Ese no es mi trabajo —responde
con enfado— Además, podría lastimarme. Pasaré su solicitud a mis compañeras…
Batas Blancas de escritorio,
extracto de recomendaciones nepotistas. Algunas se reconocen con facilidad,
enfundadas en faldas diminutas y tacones altos. Rostros maquillados cual
vedette de centros nocturnos exclusivos para hombres. Uñas postizas, tan largas
y afiladas como su lengua misma, acrílicos que les impiden incluso maniobrar el
estetoscopio.
Pacientes famélicos, las
dietas rigurosas los mantienen en los huesos. Familiares exhaustos que
trasnochan al pie de los camastros que ocupan sus pacientes en espera de que el
médico de turno les dé buenas noticias y…, algunos, que como yo, esperan el
ascensor que los conduzca al primer piso para recordarle a los responsables de
aplicar las inhaloterapias que tienen que cumplir con su trabajo, aunque por
ello, se molesten.
***
Cambios mínimos, pero
favorables… Muchos kilos perdidos como consecuencia de las rigurosas dietas. Medicaciones
infiltradas, —tantas, que ya he perdido la cuenta—. Respiradores artificiales, Sondas
y Aparatos controladores para la dosificación de las infusiones. Analíticas
constantes de todo tipo, destacando las de sangre. Diagnósticos van y vienen,
acompañados de cambios drásticos.
—Deben estar preparados, la
condición de su madre puede presentar un desenlace fatal en cualquier momento—.
Dice una de las Batas Blancas. Al día siguiente; —Ahora sólo debemos esperar a
que la fiebre ceda para poder intervenir quirúrgicamente. Sus órganos ya están
desinflamados. Si no extirpamos la vesícula, su madre se muere y, aunque la
cirugía presenta un alto riesgo, existen probabilidades de que sobreviva—. Nos
informa otro de los médicos.
18 días, tiempo suficiente
para identificar a plenitud los rostros del personal que sirve en el segundo
piso de ese nosocomio, incluyendo a los responsables de la limpieza de las
áreas y, el personal de vigilancia.
Cuadrillas de Batas Blancas
hacen recorridos para verificar el estado que guardan las instalaciones —¡Cama
274, ocupada. Cama 275, ocupada. Cama 276, ocupada. Recuerden que no debe haber
orinales al pie de los camastros—. Es la voz de quien al parecer es el
encargado de verificar la higiene… Ocho, son ocho los que conforman aquella
cuadrilla destinada a la procuración del buen estado en el inmueble. Mientras
el personal asignado al cuidado de los pacientes se limita a tan sólo dos. El
médico, y la enfermera, los cuales sólo se comunican a través de los reportes
médicos, por cierto, mal formulados.
¿Cuántas veces ha orinado su
madre? ¿Ya le aplicaron la nebulización prescrita por el médico de guardia? ¿Ha
tenido fiebre? ¿Le han practicado nuevos estudios? Preguntas que me hacen,
evidencias que deberían estar registradas en las bitácoras que penden del
camastro… pero no todo es anotado.
Expectante,
silente… analizando las circunstancias e intentando ser tolerante y
consecuente. La monotonía es absorbente. Padecimientos como el de mi madre son
comunes, así lo confirma la salud de doña Guadalupe, ingresada el día 21 de
enero a la 20:00 horas. Ocupa la cama 276, la cual, además de sostener su
cuerpo, también es testigo de sus quejidos constantes, producto del dolor que
le hace presa. Ella no lo sabe, pero el camino que le espera es un viacrucis,
lo sé porque el procedimiento que las Batas Blancas han iniciado con ella es
idéntico al que le han practicado a mi madre.
***
Los nervios me traicionan,
el cansancio me hace presa. Después de tanto padecer un proceso tan
desgastante, al fin los médicos han confirmado la cirugía. La intervención
quirúrgica es de alto riesgo, lo que pone en peligro la vida de mi madre —pero
ya no hay más opciones— Así lo refiere una de la Batas Blancas.
Las enzimas de sus órganos
no disminuyen, están mucho muy disparadas. La alimentación es totalmente
artificial a través de canalizaciones, incluida una “dieta polimérica”.
—Introduciremos un
respirador mecánico por la tráquea para ayudar a sus pulmones, —me advierte la
doctora de nombre Iris—. la condición de su madre es delicada, sobre todo por
tratarse de una persona mayor. Pero debemos correr el riesgo porque las
probabilidades de que sobreviva existen. Caso contrario, ella morirá si no extirpamos
la vesícula.
Preguntas al por mayor se
aglutinan en mi cabeza, casi todas sin respuesta. La tensión en la familia se
incrementa… es difícil aceptar que hoy, podría ser la última vez que la miremos
con vida.
La historia de mi existencia
pasa por mi mente. Recuerdos en los que nunca contemplamos a la muerte. Esa
lucha que llevo en mi interior aún no presenta a un vencedor. El egoísmo y el
entendimiento pugnan. «Quizá el ciclo de mi madre ha llegado a su fin… quizá,
energéticamente, la estamos reteniendo… quizá está sufriendo de más
innecesariamente… o quizá, sólo quizá, es una prueba enorme para medir la
resiliencia no sólo de mi madre, sino también la de nuestra familia.»
Conflictos existenciales,
acertijos dogmáticos, análisis anatómicos, y conclusiones basadas en
especulaciones… qué difícil me resulta el aceptar lo que no puedo comprender.
Sea cual sea el resultado,
esta experiencia quedará grabada en mi memoria como la lección de vida más
dolorosa que he recibido. La razón es simple…, estoy siendo testigo de cómo se
consume la mujer que me dio la vida…
***
El silencio de la noche se
rompe. Una súplica se ahoga entre las sábanas expertas en hacer llagas en los
cuerpos débiles de quienes yacen sobre los camastros insensibles. Más tarde, la
claridad de la mañana se desliza sobre los fríos cristales de las ventanas que
conectan el interior del nosocomio con la calle, esa que reproduce con eco el
ulular de las sirenas de las ambulancias que arriban a la zona destinada para
las Urgencias.
—¡Bienvenidos a la antesala
del juicio!—. Frase que construye mi mente ya cansada por los constantes
desvelos. Divago… «Estrés; enfermedad que nos destruye los sentidos.»
La voz débil y afónica de mi
madre pronuncia suplicante. —Vámonos de aquí, llévame a mi casa—. La miro,
acaricio su cabello al tiempo que le pido un poco de paciencia. ¿Paciencia?
Cuestiono para mis adentros… Es evidente que no se puede conseguir en un
entorno deplorable.
La noche no fue buena. La
fiebre se resiste. Una de las Batas Blancas me informa que le tomará a mi madre
otra muestra más de sangre. Me habla de un emocultivo. Su lenguaje técnico
pareciera tener un objetivo…, confundirme. De ser así, sin duda lo ha
conseguido.
Escenario repetitivo.
Pacientes van y vienen. Los días transcurren cansinos. Batas Blancas indolentes
desfilando en los pasillos, al igual que muchas cofias pero… no son todas. Una
minoría se distingue, enalteciendo la bella profesión que han escogido.
Batas Blancas, conviviendo
todo el tiempo con la muerte… Batas Blancas, vencedoras y vencidas… Batas
Blancas, entregando el resultado de un esfuerzo prometido.
Paciente:
Elva Valverde de Soria
Sexo:
Femenino
Edad:
77 años
Fecha
de ingreso: 5 de enero del 2018
Diagnóstico
clínico. Pancreatitis aguda
Cama
asignada: 274, segundo piso
Fecha
de cirugía: 1 de febrero del 2018
Status:
Paciente en proceso de recuperación
Observaciones:
Evolución gradual satisfactoria
De no presentar complejidad postoperatoria
en los próximos tres días, otorgar el Alta Médica.
FIN
Agradecimientos:
—A mi familia. Por resistir
unidos tan difícil prueba
—A
mis amigos. Por su solidaridad invaluable. Sin importar distancias geográficas.
—A la vida. Por la
oportunidad concedida y, por supuesto
—Al
Dios en el que creo. Por poner en el destino de mi madre a las BATAS BLANCAS
que han logrado revertir —hasta ahora—. El pronóstico inicial de: «”Las probabilidades de que sobreviva son
pocas. El estado de salud de su madre es reportado como grave”.»
—Sin un surco de tierra
fértil, ¿en dónde germinará la semilla?—.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública