viernes, 23 de febrero de 2018

Sin condena



Observo, desde aquel resquicio bien estructurado sobre la base del tiempo. Mis manos hurgan entre el viento, segregando las partículas de polvo. Cientos de mensajes se reflectan. Algunos, milenarios, escritos en pergaminos que destilan el aroma peculiar de la oquedad que lleva consigo aquella vieja conocida…, la razón.
Mi presencia pasa desapercibida. Escucho con atención. Los sonidos entremezclados desmenuzan las historias cotidianas de los vivos y los muertos. Todos coinciden. La reunión es en la sala del recuerdo. El quórum guarda silencio, pues el juez que presidirá el debate se ha sentado frente a ellos.
—Bienvenidos todos—.  Saludo que se engrosa con el eco. Algunos de los asistentes esbozan una sonrisa cordial, otros, fruncen el ceño.
La vibración emitida por el mallete impone orden. —Señor fiscal, adelante con su testimonial—. Ordena el juez. Al tiempo que fija su mirada en la presunta culpable.
—¡La intolerancia!, su Señoría —alude el fiscal—. Acúsale la mayoría de transgredir el libre albedrío —continúa diciendo— En muchas ocasiones ha sido sorprendida violentando los derechos de terceros. En flagrancia la han pillado censurando, haciendo señalamientos peyorativos que atentan en contra de la honra. ¡Daño moral! ¡Eso es lo que ha causado!
Confronta, evade, difama, ofende y exhibe… Con su venia, señoría ¡Pido para ella la pena máxima! Toda vez que se cuenta con la evidencia suficiente que incrimina a la inculpada.
Ante tal acusación, las voces en el pleno presentaron decibeles de consideración. Unas a favor, otras en contra. El juez tuvo la necesidad de recurrir de nueva cuenta a su mallete —¡Orden! ¡Orden en la sala!—. Sentenció imponiendo calma. Y cuando el silencio retomó su lugar en la butaca del estrado…
—¡¿Qué dice la defensa?! —Conminó el juez.
El abogado defensor, un nombre pequeño de nombre Complicidad, se puso de pie frente al juez.  Y cuando todos esperaban escuchar el argumento sólido que desvirtuara de manera categórica el testimonio del fiscal… una voz débil solicitó mostrando inseguridad.
—Mi cliente, su Señoría…, es decir, nosotros, solicitamos una prórroga para poder apelar.



Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


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