Sábanas de hotel, cual
tempano de hielo, sin la tersura necesaria para conformar un nido. Envoltorio
de cuerpos volcánicos ardiendo por el magma. Testigo mudo de amores confundidos
por el fuego, en pos de compañía.
Sábanas de hotel, escuchando
los quejidos del placer que se desborda. Celestinas de los idilios fingidos; prisioneros
todos, mitigando su sed con esas lágrimas que brotan ante las promesas rotas de
un cariño aventurero.
Citas clandestinas, concertadas
por las cuatro paredes blanquecinas, acompañadas por el respiradero que con
gran dificultad absorbe los olores a tabaco, sexo y vino. —¡Hazme tuya!— Locución
con oquedad tan infinita.
Palabras fabricadas, caricias
palpitantes, sudores elocuentes ¡Fusión ardiente! Y después de contemplar el clímax…,
el silencio que sin previa invitación, se hace presente.
Hogueras tantas como las
estrellas tu regazo ha sosegado… Hirientes frases cual cuchillas que se clavan
en el pundonor has escuchado. Pero nada que no se pueda lavar con el agua y el
jabón aquél, que se dice perfumado.
Amor de unas horas, donde el
segundero del reloj hace mil pausas, imitando el movimiento de los cuerpos. Túnel
del tiempo, observador de las prendas que reposan en el suelo, las que al
regresar a su lugar de origen, intercambian un “te quiero” peculiar, por una frase
obligada ante un favor…, —cuánto te debo—.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
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