jueves, 15 de marzo de 2018

¿De qué color es el viento?


           


           Altiva, con la autoestima hasta el tope, se atrevió a retar al viento. —¡Yo cargo con lo que sea, que los karmas no me asustan!—. Sentencia que coronaba la traición que se gestaba, sobre los huesos de aquél; aquél que tanto la amaba.
Las súplicas no importaban, ella buscaba placer, y a cambio de unas monedas, se fue con el hombre infiel.
Manecillas del reloj, con su marcha continuaban: ella, agazapada en las sombras entre cenizas hurgaba. Los trozos carbonizados de recuerdos impolutos, encontraron en lo blanco, del negro su sustituto.
Los versos que se escribieron encimita de la almohada, también estaban quemados como leña calcinada. La mujer alzó la voz, queriendo ser escuchada, argumentando un dolor que su pecho laceraba.
El viento se presentó de forma disimulada, presenciando los lamentos de la mujer que lloraba. Entre berridos paridos la euforia se desataba, hablando de lo incoherente que la vida le imputaba.
De cobarde y mentiroso mancilló al viejo recuerdo. Mientras el amante en turno, aquél que portó la espada, hoy recibe una porción de la daga envenenada. Porque el pensamiento es cruel, cuando la imaginación engaña.
Momentos de sube y baja, expectantes y silentes. —Reconocer los errores sólo es cosa de valientes—. Se escuchó decir al viento, quien sentenció la falacia, lanzando un tiro de gracia sobre la mujer hiriente.
—¡Aquí te postras rendida, con tu soledad candente!: Soy el viento circundante, mi color es transparente. Mejor un beso en la frente que te deje complacida, a ser la mujer ardiente, considerada perdida.



Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública

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