sábado, 29 de diciembre de 2018

Despedida de un amigo



No fue fácil, lo confieso… En mi defensa y con la voz que me otorgaste quizá pueda argumentar que nací en un entorno nada favorable y, por si fuera poco, rodeado de soberbia. Con el correr del tiempo mis pasos se volvieron maliciosos, y mis ojos —testigos mudos de injusticias— comenzaron a fingirse ciegos, indolentes. Pero…, no me culpes del todo.
Si supieras…; las solicitudes que me hicieron fueron muchas, así como lo oyes. Millones de murmullos retumbaban por encima de los decibeles asignados al sonido peculiar del cruel tic-tac; asesino de ilusiones. Me fue imposible darles atención a todas.
Parece que fue ayer; era yo un recién nacido cuando ya tenía encomiendas. Pronto descubrí que me faltaban argumentos para resolverlas a satisfacción; no obstante, le aposté a la compasión del calendario. Pero las horas inclementes me asfixiaban, me exigían: «¡Debes darte prisa! ¡Las semanas no van lentas!», me decían. Me apresuraba, y en lugar de caminar corría pero…, nada; los minutos se burlaban de mi estéril entusiasmo.
Sé que fallé, que la confianza que depositaste en mí fue mancillada por la apatía, por la ignorancia, y que las promesas se perdieron en el fango demagógico del segundero. Pero lo intenté, jamás lo dudes. Ahora..., ahora muero; el diagnóstico de mi fatalidad ha sido confirmado. No todo es malo; he visto el rostro del que viene en mi lugar. ¡Es magnánimo! ¡Seguro cumplirá con su propósito! Es mi deseo.
¿Sabes? He dejado un testamento en el vivo reloj de la consciencia; ya sabes, cosas que hacemos los viejos. En él, conmino a mi sucesor a ser paciente, sin distingo, entendiendo que los “sube y baja” no son exclusivos, pues a todos mira para regodearse con el punto débil de la entraña en que se gesta la teoría del caos.
Perdóname; no supe conjugar el verbo "amar" en el presente continuo porque el pretérito imperfecto estrangulo mi yugular cuando cumplí la mayoría de edad, dejando en un “hubiese” a las quimeras lánguidas. Tampoco pude descifrar tu interlineado, pues las redes sociales me atraparon mermando mis recursos hasta convertirme en ese ser que tienes frente a ti; guiñapo con matices de inhumano pero… Mi tiempo se ha cumplido; en unas cuantas horas partiré y el que me sigue intentará cumplir lo prometido.

Con todo mi cariño…
Tu amigo el Año Viejo.






Roberto Soria – Iñaki
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viernes, 21 de diciembre de 2018

Contrastes



Días de interacción personal a través de los diferentes medios de comunicación; amigos y familiares, cada uno exponiendo su resumen del año que agoniza.
La mayoría coincide en que el inventario en este período no fue el esperado: «Saldo rojo» dicen los Contadores. Pero; ¿de qué va la vida…? Muchos de los que iniciaron este turbulento viaje no pudieron concluir el proceso; unos decidieron bajarse del tren antes de tiempo. Cansados, frustrados, vencidos, incluso algunos…, muertos. Otros, se aferraron al trayecto apostando por la continuidad sin importar lo sinuoso del camino; cayéndose y levantándose, maltrechos, pero convencidos de que la única forma de alcanzar la meta es avanzando hacia ella.
Atento escucho sus anécdotas y al final de la llamada —en muchos casos— concluyo… «Equipajes muy pesados» Llenos de tristeza y desolación, repletos de enfermedades y carentes de oportunidades, como el de esas familias que van deambulando sin destino fijo. Desintegradas, emigrando de sus lugares de origen por esa necesidad de supervivencia tan costosa porque respirar resulta caro.
No todas las llamadas realizadas convergen en lo mismo, por supuesto; también hay —aunque pocos— quienes se manifiestan favorecidos, tanto, que desde los primeros días del mes dieron comienzo a los preparativos para las festividades decembrinas. Sus mesas lucirán manjares exquisitos y, bajo los abetos comerciales, los regalos esperarán por esas manos inquietas que habrán de romper las envolturas que nos ofrece el consumismo.
En todos los casos habrá felicitaciones y abrazos. Los buenos deseos como los de la salud, el bienestar y la prosperidad se harán presentes pero… ¿Cuántos de ellos estarán realmente acompañados por el espíritu de la Navidad? Buena pregunta.

«Dejaré colgados del perchero los siete pecados capitales para descubrir un mundo nuevo.»


Roberto Soria – Iñaki
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sábado, 8 de diciembre de 2018

Un poder malentendido-Cuento de Navidad



Abrió los ojos. Kim miró a su alrededor; un espectáculo dantesco era testigo del holocausto que se había gestado en la vesania de una mente retorcida. Una “bomba de hidrógeno” se había encargado de impregnar el aroma peculiar a muerte en el extenso territorio del país asiático.
A sus nueve años de edad, al pequeño y regordete chico le resultaba difícil entender el porqué de la tragedia. A su mente llegaban cientos de imágenes que no lograba digerir; rostros de familiares y amigos desfilaban en su subconsciente, acompañados por voces entremezcladas que hacían inentendibles los murmullos que se debatían en la oquedad de sus oídos.
El ambiente se sentía candente; sin embargo, a Kim parecía no afectarle. Era como si su anatomía fuese ajena a la cruda realidad que se colaba a través de sus pupilas. Al andar, sus descalzos pies no percibían el suelo. Las humaredas tétricas circundaban el entorno, mas su vista —sin dificultad— distinguía lo que ahora era un gigante cementerio…
«Muerte, muerte, muerte», bisbiseaba atónito mientras sus lagrimales expulsaban manantiales de dolor envueltos en salinidad que le quemaba el rostro. Después de caminar entre despojos alcanzó la cima de un montículo:
—¿Te gusta lo que ves? —Escuchó decir a sus espaldas.
—¿Quién eres? —Preguntó con gran asombro.
—No debes responder con una pregunta. Te vuelvo a cuestionar: ¿Te gusta lo que ves?
—No… ¿Ahora me dirás quién eres?
—Soy el espíritu de la Navidad.
—¡Patrañas! ¡Eso no existe!
—¿Quién lo dice?
—Mi padre. Me asegura que tan solo son estupideces occidentales. Por cierto… Él, ¿en dónde está? ¿A dónde se ha ido todo el mundo? —Preguntó mirando en todas direcciones.
—Ha muerto, al igual que tus congéneres en esta zona. Todo gracias a tu obra.
—¿Mi obra? —Cuestionó desconcertado el pequeño Kim.
—Sí…, vuestra obra: Ordenaste la transportación del artefacto letal que tu ejército guardaba y una mala maniobra en el proceso provocó la desgracia que tienes frente a ti; he aquí tu laurel a tu vil insensatez.
—Pero… ¿Cómo he podido ser yo el autor de tan horrible acto si tan solo soy un niño?
—Ahora lo eres porque yo así lo he querido. El poder que tengo es suficiente para mostrarte el futuro. Si lo dudas ven, toma mi mano.
—¿Para qué?
—Te conduciré al pasado.

Kim, cogió la mano de aquel ser que con dificultad dejaba ver su rostro. Una larga y espesa cabellera, lo mismo que la barba, cubrían las facciones del longevo hombre que surgiera entre la nada.
En fracciones de segundo Kim, pudo verse a sí mismo. Los recuerdos se agolparon en el punto medular de su memoria. Uno a uno sus dormidos pensamientos le fueron presentados; desde la orden dada por él —amparado en su poder de “mandatario”— y, hasta la destrucción de la nación que gobernaba.
—¡Basta! ¡Eso no fue lo que ordené…! Yo quería la destrucción del mundo occidental, pero no la de mi patria —dijo sollozando al tiempo que bajaba la cabeza y se tumbaba de rodillas sobre el suelo.
—Lo sé; pero dime: ¿Qué te queda entre las manos? Nada. El occidente sigue en pie, lamentando tu desgracia. Entretanto tú, lo mismo que tu pueblo, son comparsa de fantasmas.
—¿Por qué me muestras esto?
—Te lo muestro en tu niñez porque no naciste malo; te forjaron. Aquellos que influyeron en tu formación calcularon mal los riesgos. He aquí el resultado.
—¡Detente ya! ¡Te lo imploro! Si tienes el poder para terminar con esto ¡Hazlo ya! Después de todo es mi castigo; estoy maldito.
—Puedo hacerlo, como también puedo revertir con tu buena voluntad lo que está escrito.
—¿En verdad lo harías…? ¿Harías eso por mí aún sin merecerlo?
—Sí, lo haría.
—¡Pues anda ya!, ¡te lo suplico! En cambio te prometo hacer de mi presente algo distinto. Con humildad, con altruismo. Intentaré cambiar el rumbo de la triste realidad, entendiendo que la peor enfermedad que se apodera de la humanidad es sin duda el fanatismo.

El pequeño Kim cerró los ojos, en espera de un futuro promisorio; sin maldad, sin egoísmo.



Roberto Soria – Iñaki
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jueves, 6 de diciembre de 2018

Año viejo




Hola, querido año viejo. Veo con tristeza que tus horas están contadas, pero antes de que te marches quiero que sepas que he apartado para ti un lugar muy especial en el baúl de los recuerdos.
Desdichas y alegrías pusiste a mi disposición; enseñanzas todas. No hay reproches de parte mía, pues a cada minuto me entregaste lo que en tu valija había. No sé si administré los bienes de manera responsable, mas luché por conquistar las metas; los surcos en mi piel son mis testigos.
Es cierto que pagué muchas facturas, de costes altos como el mismo cielo… Quizás lo merecía. Escudarme en la ignorancia no me vale; sería como pretender cubrir mis yerros con la autoconmiseración y sabes bien que la detesto.
Gané y perdí, me queda claro; así es la vida. En el balance de las cuentas salgo a mano; redoblaré el esfuerzo el año entrante si es que soy merecedor de la revancha.
¡Oye…! Casi lo olvido: Colgué mil fotos en el muro de la ausencia, alusivas al correr del implacable tiempo; en todas sales.
Espero que no olvides la promesa que me hiciste, la de caminar tomados de la mano las cincuenta y dos semanas; yo sigo firme, aunque mis cabellos pinten canas.
Nos hemos puesto flacos y ojerosos; nuestro andar es ya cansino. No obstante, seguimos removiendo las piedras del camino. ¡Oye! Muchas gracias. ¡Anda! ¡Bebamos del buen vino! Pues tú te vas en unos cuantos días, mientras yo me quedo a cumplir con mi destino.


Roberto Soria – Iñaki
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jueves, 22 de noviembre de 2018

Por si acaso abres el sobre



Sé que no lo estás pasando bien, me lo han dicho tus amigos. No te enfades; ellos solo responden a mis indagaciones. Saben que la preocupación me invade y yo pues…, poco y nada puedo hacer. Me acostumbré a quererte, a respirarte, incluso, a compartir contigo la textura de mis sábanas a través de la distancia kilométrica que nos separa.
Me pregunto si es que acaso echas de menos mi cariño... ¡Oye!, no le riñas al señor que vende flores; él tan solo atiende mis ardientes órdenes cuando en un descuido de tu parte deposita en tu ventana el ramillete que he pedido.
Perdón por asustarte aquella noche cuando confundiste mi gemir con el maullar de un gato. Sé que no me viste; poco importa. Solo quiero que comprendas que si duermo en tu traspatio no es porque me falte un techo, tampoco abrigo; es quererme asegurar que tú estás bien sin importar que me acurruque el frío.
No te inquietes; el que está contigo no se ha dado cuenta. Me conduzco precavido; con mis pies descalzos entro a tu aposento procurando no hacer ruido. Me conformo con mirarte y al salir, cierro la puerta.
Mis bolsillos están rotos; la oquedad se devoró mi ensueño. Nada tengo para darte; reconozco que soy pobre. Es por eso que te escribo, por si acaso abres el sobre.



Roberto Soria – Iñaki
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domingo, 18 de noviembre de 2018

Tres y tres



«Los botones de tu blusa se han vencido; la invitación es franca.» Así lo dije sin dudar aquella tarde en donde el mar se había dormido. Recuerdo que miré su escote; mis pensamientos se quemaban en la hoguera. De su nombre no me acuerdo, solo sé que la besé por vez primera.
Caminamos sobre el puerto; la necesidad de las presentaciones era escasa. Nuestros ojos se habían visto un centenar de veces; normalmente por las tardes, hasta que —esa noche—, nuestros miedos se bebieron las estrellas.
La recuerdo así, lo mismo que a la luna, quien de forma singular nos alumbraba el camino entre la bruma. La barra de aquel bar sirvió como testigo; poco y nada por hablar, mi suspiro y la fragancia de su cuerpo angelical se habían fundido.
Los cubatas desfilaron jubilosos en total complicidad; tres y tres, celebrando el hedonístico ritual de nuestros cuerpos. Bailamos sin parar; el sudor amenazaba con brotar y yo…, me quise refugiar en la frescura de su huerto.
—¡No debemos esperar! —Me dijo enardecida.
—¿Estáis dispuesta a naufragar en la olas de mi vida? —Inquirí mostrando arrojo.
Su respuesta —aunque silente— era obvia. Tomó mi mano; saldé la nota, y nos fuimos del lugar hacia la choza. Un camastro nos brindó con fiel mutismo, un espacio que nos puso en un altar; el nido mismo…
Nos amamos tantas veces que perdí la cuenta ¡Mentiría si dijese unas setenta! Pues ni un bravo semental aguanta tanto.
No te olvido, ¡y te pienso entre suspiros! ¿Me olvidaste? No lo sé; solo sé que tu recuerdo es el que insiste, porque no me pude despedir cuando te fuiste, dejando huellas que jamás se borrarán, en las arenas de una playa donde el mar, se pone triste.


Roberto Soria – Iñaki
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Así la veo



Camina entre el bullicio en dirección a la estación del metro. Hoy, sus pensamientos han reñido muy temprano; los deberes de oficina son la causa. Lo monótono del viaje es la evasiva; a su mente viene el gato que ha dejado en casa, lo mismo que la taza del café que se ha bebido, lo que le hace recordar que no ha colgado el post acostumbrado para invitar a sus amigos.
Sus bellos ojos —cual cámaras para filmar— hurgan en todas direcciones; sonríe, escrutando a las personas que viajan en el mismo tren que la traslada. Las desnuda; no de sus ajuares, sino de la falsa moralidad que está de moda. «No sois una prejuiciosa», le reclama su consciencia, mientras la falda que le ciñe la cintura entra en disputa, pues no define con certeza si la tela es corta, o si las piernas que intenta proteger son largas.
Su melena rubia —cual cascada de cordeles hechos oro— reta al viento, mientras este solo quiere conquistar sus emociones porque sabe que el amor aunque sin «H»…, es un pretexto; subterfugio que le sana las heridas del pasado, aunque el borde de la cicatriz no se haya ido.
Las compuertas de sus lagrimales las mantiene bien cerradas; el pequeño interruptor que abre el acceso está advertido… «¡Nada de llorar! ¡Jope…! Que la humedad me produce un malestar que me conduce hasta la sala del hastío»; se aprecia esa leyenda en su memoria, mientras las neuronas danzan sin parar, porque pronto dictarán los textos de una historia singular que sin dudar, se debatirá entre el infierno y la utopía de la gloria.


Roberto Soria – Iñaki
Para ti, querida Aida Del Pozo Aceves. Excelente mujer; gran escritora.


sábado, 17 de noviembre de 2018

El canto de las sirenas


Dicen que, las sirenas son seres mitológicos que se manifiestan por el delirio que produce navegar sin descanso por jornadas excesivas pero… ¿Qué hay con las que se manifiestan fuera del mar?, ¿y las que se presentan en los sueños? La mayoría, hermosas, con un rostro cuyas facciones podrían superar sin duda alguna a la belleza ensalzada de la reina Nefertari. Yo las he visto en mis quimeras, haciéndome sentir el dios Neptuno.
Han mistificado su existencia para protegerse del misógino, de la barbarie que intoxica al megalómano hasta convertirlo en bestia. A través de su canto singular me han conquistado y, aunque cada una de ellas es diferente entre sí, todas tienen el poder de perturbar el proceso emocional del enamoramiento idealizado.
Sí, las he visto, deambulando por las calles dando tumbos; algunas, disfrazadas como prostitutas, otras ofreciendo sus servicios laborales al patrón que las explota, todo a cambio de unas míseras monedas…, el objetivo que ellas tienen es muy claro, satisfacer las mínimas necesidades de las bocas que les esperan en la casa; entre sombras, con el frío acariciándoles la espalda, producto de una enorme tempestad porque quizá, y solo quizá, sus progenitores han equivocado el rumbo.
En lo alto del acantilado espiritual las miro, mientras mi flaqueza intelectual intenta descifrar el crucigrama que entreteje hilos de dudas, enigmas que se bordan con ganchillo en el textil etéreo, hasta confeccionar el tácito placer de preservar el dulce virginal de la mujer, un don que no puedo negar porque gracias a ese don, existo y creo.


Roberto Soria – Iñaki
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miércoles, 7 de noviembre de 2018

Caravanas



Un andar entre maleza; los hierbajos cada vez resultan más difíciles de desbastar. Se reproducen como granos de arroz, venciendo —con su iniquidad— la buena voluntad de la semilla que nutre a quienes buscan el camino de regreso al huerto que atesora la felicidad que se quedó estancada.
Los pastores ya no cuidan del rebaño; las ovejas danzan entre brincos híbridos, buscando traspasar la cerca. No entienden de fronteras, solo saben que en el norte nace la "oportunidad" que —aunque envuelta en hilos frágiles—, les ofrece la posibilidad de sobrevivir un día más en esos lares.
Los perros ovejeros han mutado; sus instintos animales cobran vida. Hoy asechan; tienen hambre. Es por eso que establecen una ruta al matadero. Millares de corderos —aunque famélicos— servirán para medio saciar el apetito que produce la ignorancia. La prueba es contundente; hunden sus colmillos y sus garras en la piel sanguinolenta de sus víctimas.
—Haremos del sector tercermundista un vil recuerdo—; musitan los enormes adoquines de la Casa Blanca, encargados de mantener inmaculado el mármol pernicioso de la enorme finca.
Caravanas marchan como autómatas; el Continente Americano es similar a un hormiguero; analogía testificada desde el cosmos, mientras la vesania se alimenta de utopías.
Observo; a veces dudo de la resiliencia de mis ojos porque no logran distinguir con claridad el rostro cruel del holocausto.
—¿Tan poca cosa somos los migrantes?—, pregunta que taladra mis oídos; cuestionamiento que se gesta entre las filas de los miles que deambulan como zombis, mientras sus manos entretejen ensueños quebradizos con aroma a petricor de la parcela que se sabe ajena.
Las piernas del destino se hacen largas; las manecillas del reloj se mimetizan; las hordas sueñan sin dormir mientras la noche avanza, entendiendo que la luz del nuevo día..., la luz del nuevo día huele a esperanza.


Roberto Soria – Iñaki
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jueves, 1 de noviembre de 2018

Yo también suspiro



Miro hacia atrás; la ruta a mis espaldas es muy larga y escabrosa. Luces y sombras abarrotan los escenarios coloridos a los cuales he asistido. A veces pienso que ya todo está dicho para mí, incluso hecho; pero la famosa «luz al final del túnel» todavía no se vislumbra.
Muchos de mis familiares han partido, así como algunos amigos. Sus recuerdos en mi mente siguen vivos; motores que me alientan a escribir. Historias infinitas danzan en mi mente, ataviadas de sui géneris indumentarias hiladas de sabiduría.
En el recuento de vivencias el resultado del balance se decanta a mi favor… Mi conclusión es categórica: —Te debo, vida—, al tiempo que miro mis raídos bolsillos; vacíos y, paradójicamente, llenos de agujeros, oquedades por las cuales se han colado los suspiros, las ironías, los amoríos.
El dolor en mis rodillas se acrecienta, consecuencia de las múltiples caídas; las veo, llenas de cicatrices que hablan, que gimen, que no obstante estar cerradas…, sangran.
Por las tardes miro mi tintero, agotado: —¿Es lo último que escribo?—, le pregunto. No responde; me recuesto, me duermo, y a la mañana siguiente, mi tintero ya está lleno. Luego entonces le sonrío, comprendiendo que la danzarina pluma —cómplice de mis recuerdos— espera en mi pequeña mesa de trabajo para delinear los textos, esos trozos de mi alma que se plasman insurrectos para ser leídos, y por qué no, muchas veces…, un tanto cuanto incomprendidos.
Observo indagatorio entre la fila de los cuerpos, entes deambulando que dan tumbos sobre piedras que complican el andar del peregrino; la mayoría, con la mirada extraviada, y en algunos, cristalina, como deben ser las almas. Sus devaneos y experiencias se registran en mi mente; describo sus perfiles, como si me hubiese sido endosado el singular legajo de sus vidas. Qué ironía, porque detallo como copia fiel la historia del que miro, y me siento incapaz de redactar la mía.


Roberto Soria – Iñaki

martes, 30 de octubre de 2018

Sin importar que duela



Muchas veces he sentido miedo; cuando las puertas se cierran, cuando la tormenta interna arrecia, cuando la quietud se ausenta…
Y me hundo en la tristeza, buscando refugio en lo perenne de mis ensueños, deshojando flores en mi afán por encontrar respuesta a mis famélicas preguntas mientras el viento me acaricia las mejillas; ausentes de color porque hasta el sol me da la espalda mientras lloro.
El dolor se aferra en conquistar mis huesos; pero el entusiasmo no merma, al contrario, se presenta retador con su armadura de tenacidad inoxidable…, es entonces cuando me levanto. Un mil estrellas a mi alrededor aplauden lo bizarro; sus destellos son farolas alumbrando mi camino, una ruta cuyas piedras quieren verme derrotada, de rodillas, como lo hace el sentenciado en el patíbulo donde lo espera la implacable guillotina.
El mundo apesta, pero hoy, decidida estoy a naufragar entre quimeras; cortaré desde raíz la hierba mala, para sembrar caricias cuyo fruto habrá de cosechar el alma buena.

Dolores Soler Martínez

Con todo mi cariño para Loly; mujer tenaz, quien no conoce de fronteras. Nunca dejes de escribir; nunca dejes de soñar; nunca dejes de insistir.


Roberto Soria - Iñaki

domingo, 28 de octubre de 2018

Carta para dos



Confesaré que muchas veces me pierdo en tu recuerdo, avivando el sonoro palpitar de tus caricias y, humectando la resequedad de aquellos besos que nos dimos como un juego.
Al igual que tú, yo también te echo de menos. Cómo no hacerlo, si nos bebimos juntos la botella de la cava con sabor de fresco verso, si deshojamos tantas margaritas intentando descubrir si yo te amaba más que tú, cuando tú, y solo tú, eras capaz de conducirme al mejor lugar del universo.
Nuestro amor era tan grande que el espacio en nuestros cuerpos resultaba insuficiente. Locos de atar, eso éramos, porque nuestras mentes construyeron un altar a los deseos concubinos, decididos a pecar frente al temor de un cruel destino.
De tus ojos, las estrellan se sintieron perturbadas por los celos; recuerdo sus destellos… Me envolvían en su haz de luz hasta dejarme ciego. “Ojos negros”, te decía; no con palabras, sino con suspiros, y con exaltaciones que brotaban desde el fondo de mi alma para conquistar el sentimiento que guardabas en el mar de tus adentros; oculto por temor a la desdicha.
No sé si llegarás a leer esta misiva, llena de tristeza compulsiva porque de tu ausencia tengo miedo pero… Por hoy es todo, ya mañana seguiré escribiendo.

Roberto Soria – Iñaki
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viernes, 26 de octubre de 2018

Sin miedo al alba



No sé cuántas veces le besé la sombra, mentiría si dijese “fueron veinte”; mi contabilidad murió en la cuenta. La estridencia de los grillos quedó muda, y la luna se ocultó tras de las nubes; nos espiaba, aprendiendo las lecciones del amor en el escenario virgen de la gran batalla. El viento era testigo.
La contienda espiritual fue demandante. En una pausa que hicimos, me bebí el sudor de su perfecto vientre para rehidratar el alma; de sus pechos succioné la miel, néctar que dulcificó lo amargo de mis incipientes ganas. —Esperé por ti seiscientas primaveras—, le dije sin palabras. Ella me besó la frente, y después de acariciar mis manos…, me ofreció un “hasta mañana”.

Roberto Soria – Iñaki
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