domingo, 18 de noviembre de 2018

Tres y tres



«Los botones de tu blusa se han vencido; la invitación es franca.» Así lo dije sin dudar aquella tarde en donde el mar se había dormido. Recuerdo que miré su escote; mis pensamientos se quemaban en la hoguera. De su nombre no me acuerdo, solo sé que la besé por vez primera.
Caminamos sobre el puerto; la necesidad de las presentaciones era escasa. Nuestros ojos se habían visto un centenar de veces; normalmente por las tardes, hasta que —esa noche—, nuestros miedos se bebieron las estrellas.
La recuerdo así, lo mismo que a la luna, quien de forma singular nos alumbraba el camino entre la bruma. La barra de aquel bar sirvió como testigo; poco y nada por hablar, mi suspiro y la fragancia de su cuerpo angelical se habían fundido.
Los cubatas desfilaron jubilosos en total complicidad; tres y tres, celebrando el hedonístico ritual de nuestros cuerpos. Bailamos sin parar; el sudor amenazaba con brotar y yo…, me quise refugiar en la frescura de su huerto.
—¡No debemos esperar! —Me dijo enardecida.
—¿Estáis dispuesta a naufragar en la olas de mi vida? —Inquirí mostrando arrojo.
Su respuesta —aunque silente— era obvia. Tomó mi mano; saldé la nota, y nos fuimos del lugar hacia la choza. Un camastro nos brindó con fiel mutismo, un espacio que nos puso en un altar; el nido mismo…
Nos amamos tantas veces que perdí la cuenta ¡Mentiría si dijese unas setenta! Pues ni un bravo semental aguanta tanto.
No te olvido, ¡y te pienso entre suspiros! ¿Me olvidaste? No lo sé; solo sé que tu recuerdo es el que insiste, porque no me pude despedir cuando te fuiste, dejando huellas que jamás se borrarán, en las arenas de una playa donde el mar, se pone triste.


Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


No hay comentarios:

Publicar un comentario