Miro atrás, mientras arrastro el
equipaje que se aferra en detener mis pasos. No sé si avanzo; de ser así, la
meta se vislumbra lejos. Me detengo en esa pausa que atesora mi pasado, empolvado, con aroma añejo. A mi mente viene aquel soneto de Neruda: «Cuántas
veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo…» Sonrío; nada fácil, pues
las comisuras de mis labios agrietados duelen por la falta de sus besos.
A veces pienso que las noches son más
largas que los días, y que el minutero en mi
reloj, por más que corre, no logra dar alcance al segundero. Miro al norte,
pues el viento que acaricia mi cabello sopla en esa dirección; señal para
seguir andando.
Ignoro si las
almas que se rompen tienen compostura. No logro imaginarlas; quizás están raídas,
o llenas de remiendos, intentando simular que la oquedad del álter ego se ha
desvanecido. Se dice que para ganar es necesario haber perdido, y con ello,
valorar lo que con creces se ha tenido; lo malo, lo bueno, amalgama que sin
duda servirá para alcanzar el sueño prometido.
Roberto Soria – Iñaki
Ana Andreu