Unos
ríen, otros lloran… Giro la mirada y el contraste sigue siendo ambiguo. Muchos
corren, desprovistos de lo necesario para preservar las vidas que hacen fila en
la cornisa del abismo que se traga la esperanza.
Los
incrédulos se mofan del delirio que se muestra en el patíbulo. No entienden que
también a ellos, la muerte los acecha; a menos que lo sepan y por eso es que
hacen fiesta.
El poder
aprovecha la pandemia para retozar. No todo es malgastar el tiempo; las oportunidades
se presentan también en la desgracia —como siempre— vestidas de avaricia… Los
oportunistas piensan: «Es tiempo de crecer el fondo en la chequera, sin
importar que la salud se muera».
El hashtag de #yomequedoencasa viraliza
la consciencia de los cuerdos; efecto rechazado por los mandatarios que
decantan su fervor de seccionar la cruel marginación de los necesitados, en
especial si son opositores.
Lo mediático
se nutre de neuronas despistadas; el momento de inducir el caos es la oferta en
su mercado, mientras el desabasto del insumo hospitalario yace agonizante en el
camastro de la inopia.
Las imágenes
cruciales se convierten en modelos para los pintores que, como David Alfaro
Siqueiros, tienen esa facultad de perpetuar las emociones en inmaculados
lienzos; testigos que, sin la necesidad de las palabras, contarán la historia
en un futuro nada promisorio, pues la escala financiera se revienta como globo.
Marionetas
del destino, escenificando el guión teatral donde la humanidad debate entre la
triste realidad y la consciencia. La naturaleza gime, mientras la incertidumbre
crece sin saber por dónde comenzar, buscando mascarillas para respirar, porque
la sinrazón entiende poco de torpeza.
El deseo de
continuar con entereza sigue en curso; maniatado, sí, pero seguro de obtener
una victoria Pírrica en el campo de batalla; paradoja revolucionaria, demandante
de la solidaridad humanitaria… La recesión espera con paciencia.
Imagen
pública