martes, 31 de marzo de 2020

Consciencia




Unos ríen, otros lloran… Giro la mirada y el contraste sigue siendo ambiguo. Muchos corren, desprovistos de lo necesario para preservar las vidas que hacen fila en la cornisa del abismo que se traga la esperanza.

Los incrédulos se mofan del delirio que se muestra en el patíbulo. No entienden que también a ellos, la muerte los acecha; a menos que lo sepan y por eso es que hacen fiesta.

El poder aprovecha la pandemia para retozar. No todo es malgastar el tiempo; las oportunidades se presentan también en la desgracia —como siempre— vestidas de avaricia… Los oportunistas piensan: «Es tiempo de crecer el fondo en la chequera, sin importar que la salud se muera».

El hashtag de #yomequedoencasa viraliza la consciencia de los cuerdos; efecto rechazado por los mandatarios que decantan su fervor de seccionar la cruel marginación de los necesitados, en especial si son opositores.

Lo mediático se nutre de neuronas despistadas; el momento de inducir el caos es la oferta en su mercado, mientras el desabasto del insumo hospitalario yace agonizante en el camastro de la inopia.

Las imágenes cruciales se convierten en modelos para los pintores que, como David Alfaro Siqueiros, tienen esa facultad de perpetuar las emociones en inmaculados lienzos; testigos que, sin la necesidad de las palabras, contarán la historia en un futuro nada promisorio, pues la escala financiera se revienta como globo.

Marionetas del destino, escenificando el guión teatral donde la humanidad debate entre la triste realidad y la consciencia. La naturaleza gime, mientras la incertidumbre crece sin saber por dónde comenzar, buscando mascarillas para respirar, porque la sinrazón entiende poco de torpeza.

El deseo de continuar con entereza sigue en curso; maniatado, sí, pero seguro de obtener una victoria Pírrica en el campo de batalla; paradoja revolucionaria, demandante de la solidaridad humanitaria… La recesión espera con paciencia.

Imagen pública


domingo, 29 de marzo de 2020

Los bordes de la acera




Caminar sobre los bordes de la acera, manteniendo el equilibrio como buen funambulista; es difícil no mirar lo que sucede afuera…

Mis noches, invariablemente mudas, acarician esa parte melancólica que habita en mi consciencia, intentando conciliar lo que mis ojos, sin querer, juzgan en vano; es como querer cambiar un poco lo mundano, para que la flor de lis se pose en mis quimeras, haciendo alarde de la eterna primavera.

Un poma nace dentro de mi ser, cuyos versos se decantan por la vida; estigmas que se ajustan a mi piel… Tan candentes como el hierro que causó la herida.

Sí, qué difícil es caminar sobre los bordes de la acera, intentando que la noche dure sin que el sol se muera; contradicción mimetizada en lo mullido de mi almohada. Ahí, donde mi sueño guarda la caricia nunca dada; donde me duermo para ser amada… Qué difícil es caminar sobre los bordes de la acera.

Roberto Soria – Iñaki
Anny Cerda



sábado, 28 de marzo de 2020

Tres minutos de silencio




[…]  no era lo que me decía, sino cómo lo decía. Su voz, suave como terciopelo, se alojaba en mis oídos; hablaba su vehemencia, musitando entre sollozos el recuerdo de una infancia dolorosa, lo cual, le hacía perder el equilibrio emocional, tan frágil como el hilo que intentaba sujetar el último botón de su elegante blusa, adherida a lo cenceño de su tórax.

Me dijo que rondaba los cuarenta, pero si me hubiese dicho que cincuenta yo, le habría creído; lo marchito de su piel grisácea generaba un entredicho. Le resté importancia a las cuestiones de la edad; después de todo, qué más da si por mentir me dice treinta y cinco.

Tres minutos de silencio, mirándonos las caras a través de la pantalla. El mutismo se rompió con el sonido que produjo al descorchar el cava.

—¡Brindemos¡ —dijo mientras se servía un buen trago—; esta noche es especial… ¡A tomar por culo! ¡Haremos el amor en la distancia! Pero… ¡Shhh!; disculpa si al tocarme la entrepierna no percibes mis gemidos; los vecinos suelen escuchar tras de la puerta… Sabes que mi piso en alquiler es reducido  —susurró mientras mordía con suavidad el borde de la copa.

Lentamente deslizó su ropa, dejando al descubierto sus pequeños pechos; debo confesar que me lamí los labios. Mis dedos recorrieron el ordenador portátil, intentando traspasar esa barrera que impedía posar mi boca sobre el cuerpo aquel; escuálido, gélido…, amortajado. Me abracé al ordenador, y entre gritos irascibles alcancé a escuchar…

—¡Qué putada estáis diciendo, tío! ¡Ni ordenador, ni nada! ¡Os he dicho mil veces que era el vidrio de la caja…! ¡El ataúd, macho; era el ataúd! ¿Lo has comprendido? —dijo un hombre que vestía de blanco al interior del manicomio.

Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


martes, 24 de marzo de 2020

Tarde




Hola… Aquí me tienes, lamentablemente, tarde.

¿Sabes? Aquel lejano día, cuando no llegaste a nuestra cita, tenía preparada para ti una sorpresa, algo que sin duda cambiaría nuestro destino; lo subsecuente lo conoces bien…, no pudo ser posible.

Diré que tuve que tragarme las mentiras, argucias que creí porque los hechos, al menos en apariencia, indicaban que tu amor por mí no era sincero. Lloré, tanto, que bien pude llenar la bañera de mi habitación; por cierto, refugio donde trasnoché meses enteros, maldiciendo por haberte conocido.

La depresión me puso en riesgo. El quinto mes de mi embarazo lo pasé muy mal; sí, estaba embarazada. De tal forma que mis padres decidieron realizar una mudanza, según ellos, por recomendación del médico. Era necesario respirar en otro entorno, lejos de los mil recuerdos que me ataban a tu ser y yo, obediente como vil cordero, acepté sin refutar el cambio. Sobra decir que te busqué sin éxito.

Así fue como llegamos a Madrid; un mundo para mí completamente nuevo. Gabriel nació, y me desbordé en cuidados; la consigna era muy clara: Hacer de mi retoño un hombre de valor, de sentimientos buenos.

Me dediqué a currar; el tiempo se me fue entre folios y escritorios que me hicieron olvidar… Nunca me casé. Hoy, después de treinta años, me entero de tu muerte; y aquí me tienes, postrada frente a ti en este cementerio. Mira lo que son las cosas; ha sido mi progenitora quien me ha dado la noticia. Mi madre, la mujer que destrozó mi vida; mejor dicho, nuestros sueños.

Entre lágrimas amargas confesó su felonía, haciéndome saber cómo mi padre consiguió que te cogieran preso, alegando que robaste sus ahorros; pagaste una condena inmerecida.

Mira: Es la foto de Gabriel; un calco tuyo. Heredó tu gallardía. Él no sabe la verdad, pero ya le contaré cuando regrese yo a Madrid, y junto con su esposa y con tu nieto, volveremos para visitarte. Oye…, qué difícil es dejar de amarte. Hasta luego.



Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


sábado, 21 de marzo de 2020

El hombre; el médico




He visto llorar al hombre; al médico…

Sus palabras —entrecortadas—taladran mis oídos.

—¡Dime¡ ¿Cómo podemos detener esta puta pesadilla? La sociedad no escucha; se piensan que todo esto es una broma. No entienden que, al menos por ahora, no existe cura. El confinamiento es la única opción que evita que la enfermedad siga avanzando.
El número de contagios es enorme; cifra que se encuentra lejos de lo dicho por las autoridades. El gobierno está pasivo, se lo pasa dando discursos fuera de la realidad que nos azota, amparados, como siempre, en la demagogia… No han sido capaces de crear un protocolo de emergencia: ¡Vaya! Ni siquiera de firmar en tiempo y forma los convenios con los laboratorios para actuar en consecuencia. El personal sanitario está diezmado; nos hacen falta mascarillas, guantes y medicamentos.
            Los humanos están cayendo como moscas; sin importar quien sea. Temo que lo peor está por venir, y lamentablemente yo, al igual que muchos médicos, enfermeros y, en general el personal que colabora con nosotros, estamos cansados; dormitamos poco, casi no comemos. Estamos al borde de la desesperación, mirando morir a los enfermos.
            Esta vez, la realidad supera a la ficción. Por instrucciones de mis superiores he tenido que negar el servicio a quienes solicitan revisión; personas que presentan síntomas y, quienes a falta de recursos, no pueden pagar la prueba que podría salvar sus vidas.
En las últimas veinticuatro horas el número de infectados se ha multiplicado. Hacemos lo que podemos; no lo dudes, pero debo confesar que tengo miedo; miedo porque desde anoche, yo también me siento enfermo.
—Qué te puedo decir, querido amigo; solo gracias —musité, mientras él, se vestía una bata limpia para continuar con su labor interminable.

Roberto Soria – Iñaki


sábado, 14 de marzo de 2020

Dos barcos de papel




Partimos sin querer en esa travesía, con la inexperiencia de los adolescentes que no saben distinguir entre la seriedad y los hermosos juegos de la vida. Nuestros oídos se volvieron sordos a los mil consejos que sonaban a lo lejos, advirtiendo que correr conlleva riesgos; mas no escuchamos.

Nos dejamos seducir por la vorágine de la concupiscencia, confundiendo amor con el deseo febril que nos condujo hasta el umbral de la pasión que se devora de un bocado a quienes por error, deciden engarzar sus vidas.

Recuerdo tus promesas, establecidas en tu esencia fatua y a la vez un tanto cuanto seductora. Me diste tu calor, y juraste amarme hasta la eternidad como en los bellos cuentos, haciéndome sentir que yo era tu princesa.

El tiempo era un vaivén que me calmaba cuando estabas lejos; lapsos que observaban cada poro de mi piel sedienta de tus besos… Hoy, nuestros sueños han quedado hechos jirones, abandonados en la orilla de la mar que se llenó de confusiones.

Dos barcos de papel reblandecido; eso somos, navegando en el naufragio de una lucha sin cuartel que premie al vencedor y no al vencido. La puta vanidad se hace presente, derrochando dimes y diretes que asesinan sin piedad el sentimiento que tuvimos: ¡Maldigo el desamor que se ha colado entre mis huesos!

No quiero que me mires de rodillas, porque mi dignidad, aunque se encuentra herida, sanará cuando te dé la despedida…, cuando me bese el sol por las mañanas…, cuando me sienta viva.

Roberto Soria – Iñaki