Partimos sin querer en esa travesía, con la
inexperiencia de los adolescentes que no saben distinguir entre la seriedad y
los hermosos juegos de la vida. Nuestros oídos se volvieron sordos a los mil
consejos que sonaban a lo lejos, advirtiendo que correr conlleva riesgos; mas
no escuchamos.
Nos dejamos seducir por la vorágine de la
concupiscencia, confundiendo amor con el deseo febril que nos condujo hasta el
umbral de la pasión que se devora de un bocado a quienes por error, deciden
engarzar sus vidas.
Recuerdo tus promesas, establecidas en tu
esencia fatua y a la vez un tanto cuanto seductora. Me diste tu calor, y
juraste amarme hasta la eternidad como en los bellos cuentos, haciéndome sentir
que yo era tu princesa.
El tiempo era un vaivén que me calmaba cuando
estabas lejos; lapsos que observaban cada poro de mi piel sedienta de tus besos…
Hoy, nuestros sueños han quedado hechos jirones, abandonados en la orilla de la
mar que se llenó de confusiones.
Dos barcos de papel reblandecido; eso somos,
navegando en el naufragio de una lucha sin cuartel que premie al vencedor y no
al vencido. La puta vanidad se hace presente, derrochando dimes y diretes que
asesinan sin piedad el sentimiento que tuvimos: ¡Maldigo el desamor que se ha
colado entre mis huesos!
No quiero que me mires de rodillas, porque mi
dignidad, aunque se encuentra herida, sanará cuando te dé la despedida…, cuando
me bese el sol por las mañanas…, cuando me sienta viva.
Roberto Soria – Iñaki
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