Hola…
Aquí me tienes, lamentablemente, tarde.
¿Sabes?
Aquel lejano día, cuando no llegaste a nuestra cita, tenía preparada para ti
una sorpresa, algo que sin duda cambiaría nuestro destino; lo subsecuente lo
conoces bien…, no pudo ser posible.
Diré
que tuve que tragarme las mentiras, argucias que creí porque los hechos, al
menos en apariencia, indicaban que tu amor por mí no era sincero. Lloré, tanto,
que bien pude llenar la bañera de mi habitación; por cierto, refugio donde trasnoché
meses enteros, maldiciendo por haberte conocido.
La
depresión me puso en riesgo. El quinto mes de mi embarazo lo pasé muy mal; sí,
estaba embarazada. De tal forma que mis padres decidieron realizar una mudanza,
según ellos, por recomendación del médico. Era necesario respirar en otro
entorno, lejos de los mil recuerdos que me ataban a tu ser y yo, obediente como
vil cordero, acepté sin refutar el cambio. Sobra decir que te busqué sin éxito.
Así
fue como llegamos a Madrid; un mundo para mí completamente nuevo. Gabriel
nació, y me desbordé en cuidados; la consigna era muy clara: Hacer de mi retoño
un hombre de valor, de sentimientos buenos.
Me
dediqué a currar; el tiempo se me fue entre folios y escritorios que me
hicieron olvidar… Nunca me casé. Hoy, después de treinta años, me entero de tu
muerte; y aquí me tienes, postrada frente a ti en este cementerio. Mira lo que
son las cosas; ha sido mi progenitora quien me ha dado la noticia. Mi madre, la
mujer que destrozó mi vida; mejor dicho, nuestros sueños.
Entre
lágrimas amargas confesó su felonía, haciéndome saber cómo mi padre consiguió
que te cogieran preso, alegando que robaste sus ahorros; pagaste una condena
inmerecida.
Mira: Es la
foto de Gabriel; un calco tuyo. Heredó tu gallardía. Él no sabe la verdad, pero
ya le contaré cuando regrese yo a Madrid, y junto con su esposa y con tu nieto,
volveremos para visitarte. Oye…, qué difícil es dejar de amarte. Hasta luego.
Roberto
Soria – Iñaki
Imagen
pública
No hay comentarios:
Publicar un comentario