martes, 24 de marzo de 2020

Tarde




Hola… Aquí me tienes, lamentablemente, tarde.

¿Sabes? Aquel lejano día, cuando no llegaste a nuestra cita, tenía preparada para ti una sorpresa, algo que sin duda cambiaría nuestro destino; lo subsecuente lo conoces bien…, no pudo ser posible.

Diré que tuve que tragarme las mentiras, argucias que creí porque los hechos, al menos en apariencia, indicaban que tu amor por mí no era sincero. Lloré, tanto, que bien pude llenar la bañera de mi habitación; por cierto, refugio donde trasnoché meses enteros, maldiciendo por haberte conocido.

La depresión me puso en riesgo. El quinto mes de mi embarazo lo pasé muy mal; sí, estaba embarazada. De tal forma que mis padres decidieron realizar una mudanza, según ellos, por recomendación del médico. Era necesario respirar en otro entorno, lejos de los mil recuerdos que me ataban a tu ser y yo, obediente como vil cordero, acepté sin refutar el cambio. Sobra decir que te busqué sin éxito.

Así fue como llegamos a Madrid; un mundo para mí completamente nuevo. Gabriel nació, y me desbordé en cuidados; la consigna era muy clara: Hacer de mi retoño un hombre de valor, de sentimientos buenos.

Me dediqué a currar; el tiempo se me fue entre folios y escritorios que me hicieron olvidar… Nunca me casé. Hoy, después de treinta años, me entero de tu muerte; y aquí me tienes, postrada frente a ti en este cementerio. Mira lo que son las cosas; ha sido mi progenitora quien me ha dado la noticia. Mi madre, la mujer que destrozó mi vida; mejor dicho, nuestros sueños.

Entre lágrimas amargas confesó su felonía, haciéndome saber cómo mi padre consiguió que te cogieran preso, alegando que robaste sus ahorros; pagaste una condena inmerecida.

Mira: Es la foto de Gabriel; un calco tuyo. Heredó tu gallardía. Él no sabe la verdad, pero ya le contaré cuando regrese yo a Madrid, y junto con su esposa y con tu nieto, volveremos para visitarte. Oye…, qué difícil es dejar de amarte. Hasta luego.



Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


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