Heme aquí, pretendiendo cercenar la
pena que se anida en las entrañas de mi cuerpo hecho jirones. La espera se hace
larga; empujo el minutero del reloj que marca mi existencia, pero el tiempo me
apuñala. La vida es un panfleto, al menos en mi caso. No sé si respirar es un
suicidio; de ser así, me pregunto cuánto tiempo tarda en consumarse la agonía.
Mis pasos me conducen en reversa, retroceso que se pierde ante las
huellas que se borran del asfalto. Mi memoria está repleta de recuerdos
con olor añejo, algunos, oxidados por el líquido salino que se aloja en mis
pupilas, intentando, a veces, anegar esa tristeza que me impide ser lo que
antes era.
El mañana es utopía; sé que el sol
calentará mi piel, mas no lo hará con esa soledad que me aniquila, la cual,
insiste en mantenerse fría. Procuro sonreír, pero las grietas en las comisuras
mis labios duelen; soñar no cuesta nada.
La estrella que alumbraba mi camino rumbo al norte se ha extinguido;
deambulo a ciegas. Pero no me detendré, porque al otro lado del desierto que
calcina mi esperanza está el oasis. Cuando lo encuentre, me beberé directo y
lentamente cada gota destilada, hidratando poco a poco la resequedad que sin consentimiento,
me trastocó hasta el alma.
Roberto Soria – Iñaki