Octavio se apostó bajo la marquesina que asomaba entre la planta
baja y el primer piso en la torre de apartamentos… Once de la noche; un auto se
aparcó frente al portón del edificio. Después de unos instantes, el conductor
descendió con la intención de abrir la portezuela designada al copiloto; al
hacerlo, un par de piernas blancas y alargadas se asomaron. Era ella, Alicia;
su porte sinigual rompió el esquema de la oscuridad reinante y el silencio se
quebró con el sonido de su voz melosa…
—Muchas gracias por traerme de regreso a casa, cariño. Lo he pasado
de maravilla. Me habéis flipado —argumentó la joven.
—Nada; mereces eso y mucho más. A razón de ser sincero lo he
pasado igual; sois esa mujer que mis brazos esperaban hace tiempo —le respondió
su acompañante.
—Pues me declaro afortunada. Anda, bésame, guapísimo, que mis
labios tienen sed de tus caricias —solicitó, con ese toque de sensualidad que
la caracterizaba.
Los arrumacos no se hicieron esperar, ajenos a la mirada
fulminante que brotaba como fuego de las pupilas de Octavio… Semanas atrás, el
compromiso que tenía con Alicia había concluido: Celos, vicios, maltrato físico
y psicológico por parte de Octavio terminaron por vencer la convicción de Alicia.
Minutos más tarde, una sombra deslizaba su silente levitar por
la escalera. Apartamento trece. El picaporte cedió; la puerta de la entrada no
chirrió como otras veces. Los pasos del furtivo visitante se movían en
dirección al dormitorio; las cortinas del balcón ondeaban temerosas, como
presagiando un desenlace trágico fraguado en las alturas.
Cinco para las doce. La puerta de la entrada se entreabrió; los
tacones de Alicia recorrieron el pasillo acostumbrado. La penumbra habitual del
dormitorio se vistió de incertidumbre. El interruptor de la farola en el buró
pronosticó la muerte…
—¡Octavio! ¿Qué coños hacéis aquí! ¿Cómo habéis podido entrar si
os he pedido la llave! —increpó la bella chica al tiempo de retroceder, dándole
la espalda a la ventana abierta en el balcón que la esperaba.
—¡Maldita puta! ¡Os he visto llegar…! Me imagino que ahora
vienes de follar con el amante en turno. ¿Lo habéis disfrutado, perra! —espetó
socarronamente Octavio, blandiendo el puñal que pretendía clavar en su
expareja.
—¡Qué haces, Octavio? ¡Para ya! ¡DETENTE POR FAVOR!
Súplica fallida. Él —cuchillo en mano—, se abalanzó sobre
Alicia, quien por instinto se apartó del camino del exacerbado Octavio… Nada
pudo detener su intrépida carrera; el cuerpo de aquel hombre enajenado volaba
por los aires. En la caída, él había encontrado su final sobre la acera.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública