viernes, 29 de marzo de 2019

Recetario




Coincidieron: Ella y él, en ese espacio indómito, lugar donde las fieras humanas marcan territorios; selva de asfalto, cementerio de ilusiones tan efímeras como el suspiro que se sabe transitorio. Confundir amor con compañía es un agravio; trampa que se gesta en la necesidad de suplantar la soledad con ironía.

Vayamos al menú del día.

Ciento ochenta grados; temperatura del horno que cocina la ignominia. Los ingredientes que requiere el recetario están sobre la cama: El plato a preparar son «Sueños rotos»:
Una porción de abandono
Dos cucharadas de mentiras
Una pizca de promesas
Media taza de fantasía
Un trocito de amargura
Una barra de placer y…
Sal al gusto

Mezclar los ingredientes el tiempo necesario, hasta lograr la consistencia del problema. Después, hornear por tiempo indefinido; que la flama del encono tueste la textura del amor comprometido, hasta formar una costra…, la costra del olvido.
Verter en platos hondos, tan profundos como la botella que custodia el vino. Cortar con el cuchillo más filoso el producto ya servido, hasta desgarrar los grandes trozos que degustará la iniquidad del comensal que saciará su apetito tan mezquino.



Roberto Soria – Iñaki
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lunes, 25 de marzo de 2019

Algoritmos inhumanos



Me juzgas con fiereza; por el color de mi piel, por mi género, incluso hasta por mi pobreza. Ante tus ojos soy persona indigna, tal vez porque mis lánguidos harapos carecen de etiqueta, y porque mis palabras tienen —según tú— un hedor a letra muerta.
Muchas veces reflexiono cuestionando la ignorancia que se adhiere a mi razonamiento insulso, pero el protocolo me parece complicado, tanto así como encontrar la hipotenusa en un círculo cuadrado.
La suma de uno y uno no me alegra, porque el resultado es una triste división de lo agregado; mi esfuerzo por estar a tu altura es una resta, conclusión que multiplica mis angustias al saberme despreciado.
No sé si pueda resolver el algoritmo; buscaré en la geometría y en lo obtuso del pentágono. Si en las líneas paralelas de la vida me perdiera, haré de mi perturbación una raíz al cubo, hasta despejar la incógnita que me resuelva el cálculo diferencial entre tú y yo, para convencerte de que el triangulo equilátero es igual en cada lado.


Roberto Soria – Iñaki
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viernes, 22 de marzo de 2019

Apartamento trece



Octavio se apostó bajo la marquesina que asomaba entre la planta baja y el primer piso en la torre de apartamentos… Once de la noche; un auto se aparcó frente al portón del edificio. Después de unos instantes, el conductor descendió con la intención de abrir la portezuela designada al copiloto; al hacerlo, un par de piernas blancas y alargadas se asomaron. Era ella, Alicia; su porte sinigual rompió el esquema de la oscuridad reinante y el silencio se quebró con el sonido de su voz melosa…
—Muchas gracias por traerme de regreso a casa, cariño. Lo he pasado de maravilla. Me habéis flipado —argumentó la joven.
—Nada; mereces eso y mucho más. A razón de ser sincero lo he pasado igual; sois esa mujer que mis brazos esperaban hace tiempo —le respondió su acompañante.
—Pues me declaro afortunada. Anda, bésame, guapísimo, que mis labios tienen sed de tus caricias —solicitó, con ese toque de sensualidad que la caracterizaba.

Los arrumacos no se hicieron esperar, ajenos a la mirada fulminante que brotaba como fuego de las pupilas de Octavio… Semanas atrás, el compromiso que tenía con Alicia había concluido: Celos, vicios, maltrato físico y psicológico por parte de Octavio terminaron por vencer la convicción de Alicia.
Minutos más tarde, una sombra deslizaba su silente levitar por la escalera. Apartamento trece. El picaporte cedió; la puerta de la entrada no chirrió como otras veces. Los pasos del furtivo visitante se movían en dirección al dormitorio; las cortinas del balcón ondeaban temerosas, como presagiando un desenlace trágico fraguado en las alturas.

Cinco para las doce. La puerta de la entrada se entreabrió; los tacones de Alicia recorrieron el pasillo acostumbrado. La penumbra habitual del dormitorio se vistió de incertidumbre. El interruptor de la farola en el buró pronosticó la muerte…
—¡Octavio! ¿Qué coños hacéis aquí! ¿Cómo habéis podido entrar si os he pedido la llave! —increpó la bella chica al tiempo de retroceder, dándole la espalda a la ventana abierta en el balcón que la esperaba.
—¡Maldita puta! ¡Os he visto llegar…! Me imagino que ahora vienes de follar con el amante en turno. ¿Lo habéis disfrutado, perra! —espetó socarronamente Octavio, blandiendo el puñal que pretendía clavar en su expareja.
—¡Qué haces, Octavio? ¡Para ya! ¡DETENTE POR FAVOR!

Súplica fallida. Él —cuchillo en mano—, se abalanzó sobre Alicia, quien por instinto se apartó del camino del exacerbado Octavio… Nada pudo detener su intrépida carrera; el cuerpo de aquel hombre enajenado volaba por los aires. En la caída, él había encontrado su final sobre la acera.


Roberto Soria – Iñaki
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martes, 19 de marzo de 2019

Una carta singular



Hoy, después de tanto practicar he podido dibujar con trazos temblorosos mis primeras letras. Quiero decirte que el Síndrome de Down que me acompaña en esta vida no es problema, así que, ya no llores, mamá, porque la felicidad que llevo al interior me permite darte amor a manos llenas.
De a poco entiendo que la soledad que te atormenta desde que se fue papá se convirtió en tu compañera, y que el dolor que te produce la implacable sociedad por lo que juzgan anormal te causa heridas pero…, no hagas caso de lo que te digan. Colócale un cerrojo a tus oídos y habla con tu corazón; el perdón es un panal donde la miel se encarga de endulzar cualquier dilema.
Deja que bese tus manos, mamá, frente a la foto que dejó papá colgada en el armario; lugar donde descansan los recuerdos. Después, caminaremos tomados de la mano. ¿Sabes?, he guardado unos centavos en un viejo calcetín que oculto bajo mi cama; tengo ganas de invitarte un mantecado… Quiero que vistas el faldón a cuadros, y que te pintes los labios; me gusta cuando sonríes y dices que soy amado.
Disculpa la ortografía, te prometo mejorar.  Y ahora para terminar te diré  que tú, mamá, eres mi mejor regalo.

Roberto Soria – Iñaki
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martes, 12 de marzo de 2019

Voces



«Ojalá pudiese dar y expresar tanto que encierro», palabras que se vuelcan en un grito, exclamación agónica que se desgrana en un intento por llegar a los oídos sordos de la multitud circunvecina.
Mis manos —por momentos torpes— se deslizan con dificultad sobre el teclado del ordenador portátil, haciendo malabares en el ir y venir del pensamiento. Mi mente se defiende en una lucha insostenible, pugna que se afianza en un cuestionamiento histórico: “Ser, o no ser; ese es el dilema”, indecisión y duda. Qué difícil me resulta caminar sobre la cuerda floja; el temor a caerme es asfixiante. A veces me pregunto si nacer valió la pena, pero la respuesta es muda.
 Me miro en el espejo, y el reflejo que proyecta no es el mío: ¿Acaso el tiempo se robó mi imagen? Pregunta sin sentido porque sé que estoy ahí, sumergida en un abismo existencial que me atormenta. El borde en la cornisa se fragmenta entre mis dedos, sentenciando un desenlace mórbido, ajeno a mi endeble voluntad tan quebradiza.
Mi desvelo se ha vuelto una constante; mi sueño intermitente es escapista. La voz de “Pepe grillo” es un taladro perforando mis sentidos. «¡Camina! ¡No vayas tan deprisa!», me repite hasta el cansancio; pero mis acciones son veloces, indomables cual corcel que habita solitario en la pradera.
Mi autoestima es hojarasca seca, repelente a la felicidad que me desdeña. Soy como la oruga anquilosada, reteniendo las alas que se gestan para coronar mi espalda; crisálida con ganas de volar, sin importar que las alturas amenacen la fragilidad que constituye mi organismo.
Sé que debo continuar, conclusión que me dejó el debate con la muerte. Partir en esta condición sería una pena; claudicar me pone de rodillas, así que, si ser vencida por el adversario es mi destino, será de pie, como el roble que se muestra erguido, porque quiero descifrar ese “porqué” de haber nacido.

Roberto Soria – Iñaki


viernes, 8 de marzo de 2019

La contraparte del ocho



Mis ojos descubrieron —como a muchas otras— a una mujer llorando a mares. La reconocí con gran dificultad; con su mirada ausente, cabizbaja. Su melena ya no luce tinte como antes, lo que deja ver sus canas. No supe qué decir; mis pensamientos me llevaron al pasado, un tiempo en el que ella disfrutaba del amor a manos llenas.
Me senté a su lado, no sin antes intentar poner en orden las palabras que diría. Lo que menos pretendía era presentarle compasión, mucho menos ironía. Toqué su hombro…

—Hola: ¿Cómo estás? —le pregunté con gran ternura, al tiempo que depositaba un beso en su pálida mejilla.
—¡Hola, Roberto! Vaya sorpresa me has dado; no pensé que te vería.
—La vida es como la rueda de la fortuna... Felicitaciones en el día de la mujer; por cierto.
—¿Felicitaciones? No hay motivos para celebrar; al menos no para mí. Mis ilusiones se murieron hace tiempo. Ni siquiera los recuerdos me acompañan; también partieron.

Me contó de su desdicha, con esa vocecilla casi imperceptible que brotaba de su boca.

—Las malas decisiones me han ganado la partida —me dijo entre sollozos— La vida se me escapa. Mi cumpleaños número cincuenta ya está cerca; no sé si llegaré a la fecha. ¿Sabes? Mi tintero se ha secado; ya no escribo. La inspiración que tenía se ha ausentado al igual que mis amigos. Ya no me miro al espejo; dejé de hacerlo porque el cruel reflejo me mostró la triste realidad de mi agonía…, lo sé, lo sé, por culpa mía.

Le invité a un café, mas no aceptó. Se levantó diciendo que tenía una cita; no la cuestioné. Su labial se registró en mi frente, y una mueca que intentaba parecer una sonrisa se pintó en su cara; después, pronunció la despedida. Me quedé parado, observando su lánguida silueta desaparecer entre la gente: «No todos pueden festejar un día como este»; musité con gran tristeza.

Roberto Soria – Iñaki
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jueves, 7 de marzo de 2019

Mujer funambulista






Impoluta, cual pétalo de flor que impregna con su aroma el entorno en el que crece, sin importarle que lo agreste del camino le presente mil espinas. La fragilidad le viste, atuendo que la vuelve vulnerable; controversia digna porque en realidad debajo de su piel es la más fuerte.
Productora de semillas, única en su especie. Su fertilidad es encomiable; no obstante, su magnificencia es empañada por la masculinidad que representa a la ignorancia, verdugo que se jacta de sabihondo.
Mujer funambulista que camina en el alambre, haciendo malabares muchas veces infructuosos en su intento por huir de la barbarie. Musa ambivalente, inspiración de quienes plasman en sus obras la belleza. En contraparte, objeto utilizado como carne de cañón para satisfacer bajos instintos; el escarnio haciendo alarde.
Admirable, al menos para mí; por una simple razón, porque también funambulista era mi madre.

«8 de marzo…, una fecha especial, en donde la consciencia pugna por detener la violencia. Hagamos algo al respecto. Mujer; ¡muchísimas felicidades!»

Roberto Soria – Iñaki
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