viernes, 8 de marzo de 2019

La contraparte del ocho



Mis ojos descubrieron —como a muchas otras— a una mujer llorando a mares. La reconocí con gran dificultad; con su mirada ausente, cabizbaja. Su melena ya no luce tinte como antes, lo que deja ver sus canas. No supe qué decir; mis pensamientos me llevaron al pasado, un tiempo en el que ella disfrutaba del amor a manos llenas.
Me senté a su lado, no sin antes intentar poner en orden las palabras que diría. Lo que menos pretendía era presentarle compasión, mucho menos ironía. Toqué su hombro…

—Hola: ¿Cómo estás? —le pregunté con gran ternura, al tiempo que depositaba un beso en su pálida mejilla.
—¡Hola, Roberto! Vaya sorpresa me has dado; no pensé que te vería.
—La vida es como la rueda de la fortuna... Felicitaciones en el día de la mujer; por cierto.
—¿Felicitaciones? No hay motivos para celebrar; al menos no para mí. Mis ilusiones se murieron hace tiempo. Ni siquiera los recuerdos me acompañan; también partieron.

Me contó de su desdicha, con esa vocecilla casi imperceptible que brotaba de su boca.

—Las malas decisiones me han ganado la partida —me dijo entre sollozos— La vida se me escapa. Mi cumpleaños número cincuenta ya está cerca; no sé si llegaré a la fecha. ¿Sabes? Mi tintero se ha secado; ya no escribo. La inspiración que tenía se ha ausentado al igual que mis amigos. Ya no me miro al espejo; dejé de hacerlo porque el cruel reflejo me mostró la triste realidad de mi agonía…, lo sé, lo sé, por culpa mía.

Le invité a un café, mas no aceptó. Se levantó diciendo que tenía una cita; no la cuestioné. Su labial se registró en mi frente, y una mueca que intentaba parecer una sonrisa se pintó en su cara; después, pronunció la despedida. Me quedé parado, observando su lánguida silueta desaparecer entre la gente: «No todos pueden festejar un día como este»; musité con gran tristeza.

Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


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