viernes, 22 de marzo de 2019

Apartamento trece



Octavio se apostó bajo la marquesina que asomaba entre la planta baja y el primer piso en la torre de apartamentos… Once de la noche; un auto se aparcó frente al portón del edificio. Después de unos instantes, el conductor descendió con la intención de abrir la portezuela designada al copiloto; al hacerlo, un par de piernas blancas y alargadas se asomaron. Era ella, Alicia; su porte sinigual rompió el esquema de la oscuridad reinante y el silencio se quebró con el sonido de su voz melosa…
—Muchas gracias por traerme de regreso a casa, cariño. Lo he pasado de maravilla. Me habéis flipado —argumentó la joven.
—Nada; mereces eso y mucho más. A razón de ser sincero lo he pasado igual; sois esa mujer que mis brazos esperaban hace tiempo —le respondió su acompañante.
—Pues me declaro afortunada. Anda, bésame, guapísimo, que mis labios tienen sed de tus caricias —solicitó, con ese toque de sensualidad que la caracterizaba.

Los arrumacos no se hicieron esperar, ajenos a la mirada fulminante que brotaba como fuego de las pupilas de Octavio… Semanas atrás, el compromiso que tenía con Alicia había concluido: Celos, vicios, maltrato físico y psicológico por parte de Octavio terminaron por vencer la convicción de Alicia.
Minutos más tarde, una sombra deslizaba su silente levitar por la escalera. Apartamento trece. El picaporte cedió; la puerta de la entrada no chirrió como otras veces. Los pasos del furtivo visitante se movían en dirección al dormitorio; las cortinas del balcón ondeaban temerosas, como presagiando un desenlace trágico fraguado en las alturas.

Cinco para las doce. La puerta de la entrada se entreabrió; los tacones de Alicia recorrieron el pasillo acostumbrado. La penumbra habitual del dormitorio se vistió de incertidumbre. El interruptor de la farola en el buró pronosticó la muerte…
—¡Octavio! ¿Qué coños hacéis aquí! ¿Cómo habéis podido entrar si os he pedido la llave! —increpó la bella chica al tiempo de retroceder, dándole la espalda a la ventana abierta en el balcón que la esperaba.
—¡Maldita puta! ¡Os he visto llegar…! Me imagino que ahora vienes de follar con el amante en turno. ¿Lo habéis disfrutado, perra! —espetó socarronamente Octavio, blandiendo el puñal que pretendía clavar en su expareja.
—¡Qué haces, Octavio? ¡Para ya! ¡DETENTE POR FAVOR!

Súplica fallida. Él —cuchillo en mano—, se abalanzó sobre Alicia, quien por instinto se apartó del camino del exacerbado Octavio… Nada pudo detener su intrépida carrera; el cuerpo de aquel hombre enajenado volaba por los aires. En la caída, él había encontrado su final sobre la acera.


Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


No hay comentarios:

Publicar un comentario