Nace el pensamiento, en una
cuna que desborda fantasías. Los sueños tienen frío, pero el manto los cobija;
la invitación es franca: —Camina, hasta llegar a la escalera que te llevará a
la cumbre, y aunque el camino es recto, encontrarás vicisitudes tan candentes
como el fuego —le sentencia la ironía.
Funambulista del dolor ajeno, haciendo
malabares en la cuerda floja; altruista que se bebe el llanto en una copa de
cristal delgado, tan frágil que hasta el viento tiene miedo de tocarlo.
Con pies descalzos, asciende
uno a uno los peldaños del madero apolillado; no se arredra, sin importar cuán
lento corra el calendario. Las manecillas del reloj no giran a la izquierda,
indicativo del retorno que no ha sido programado; ya no hay descenso, seguir
subiendo no es opción…, es obligado.
«¡No mires hacia abajo!» Le
grita la consciencia. «No tiene caso que numeres los peldaños», soslaya la
experiencia. Mas la vista no hace caso; se obstina, intentando divisar las huellas
que sus pasos han dejado… La neblina se interpone cual verdugo que se sube al
pabellón del acusado.
La escalera cruje,
revistiendo de ignominia el escalón que se presenta fracturado; las pisadas
tienen dudas, pero deben continuar: —¡No es momento de parar!—, le dicta el
sentimiento; pero el paso se ha cansado, el andar se ha vuelto lento.
El esfuerzo por subir, ha
minado su encomiable resiliencia: «¡Tres peldaños más para llegar a la cima!» Lo
motiva su destino. Él se aferra, intentando conquistar el objetivo, pero el
enemigo acecha; la tormenta. Amenaza con enviarlo cuesta abajo, para deshacer
sus sueños ex profeso, sin importar que la caída le haga daño.
¡Él insiste! ¡Él se aferra¡
¡Ha logrado lo que pocos en su andar han intentado…! Alcanzar el penúltimo
peldaño, lugar donde una cita no deseada se establece, para coronar un esfuerzo
sobrehumano.
En honor a la memoria de un
gran amigo; Enrique Laso Fuentes. Escritor, altruista, filántropo. Descansa en
paz.
Roberto Soria – Iñaki