domingo, 31 de mayo de 2020

Las diosas habitan en la tierra




"Las diosas habitan en la tierra"
Preámbulo de mi próxima novela.

Enigmática; así era ella. Descubrí que debajo de su piel guardaba el gran secreto de la vida. Concluí que la felicidad no es utopía, y que la libertad no es una opción a negociar en esta tierra.

Hablaba en un lenguaje nada peculiar. Su rostro era especial; camaleónico, quizás, lo mismo que su actuar —no juzgues lo que ves; indaga—. Me dije cuando no entendí el mensaje que su cuerpo me mandaba. La observaba, sobre todo en el proceso puñetero que dejó la cuarentena, resultado del Covid-19 que se había gestado en la clandestinidad de lo mezquino para reordenar al mundo.
Aunque ya la conocía de tiempo atrás jamás imaginé lo que ella cargaba en la mochila. Eran decenas; no, cientos de anécdotas que desafiaban mis teorías sobre la evolución del ser humano. Míriam: «Mujer a quien Dios venera y ama.» Ese era el gran significado de su nombre.
Mis conceptos revolucionaron. Imposible para mí no ver la relación entre lo astral y lo mundano. ¿Espartanos? ¿Vikingos? ¡Alienígenas? ¡Qué cojones! Necesitaba conocerla más; tenerla cerca de mí para tocarla, sentirla, y quizás, solo quizás..., amarla y descifrar de dónde era; quién era... Lo que ella era...


jueves, 28 de mayo de 2020

Para quien quiera entenderlo




Siempre he dicho que, como escritor, y por respeto a nuestros lectores, debemos investigar sobre lo que escribimos sin importar que sea ficción o realidad. La imaginación es infinita, cierto, y cuando es acompañada de elementos sustentables adquiere un valor específico. Después del preámbulo diré que: Los seres humanos no somos “RATAS DE LABORATORIO” para que, los autodenominados “poderosos”, experimenten con nosotros.

Han logrado su propósito perverso, el de desestabilizar al mundo con la supuesta pandemia. ¿El virus existe? ¡Por supuesto! Pero no en la magnitud que nos han hecho creer. Basta con buscar información verídica emitida por los portavoces internacionales, reconocidos expertos en materia de salud y economía, quienes ponen en evidencia los acontecimientos que se viven a causa del multicitado “Covid-19”.

Las medicaciones e insumos para contener y contrarrestar ciertas patologías son dosificados a su arbitrio por los emporios que se dedican a su fabricación. Eso, aunado a la saturación de los hospitales, hace prácticamente imposible la oportuna y correcta atención de los enfermos, sin importar su padecimiento.

No hablaré del tan mezquino objetivo que se oculta tras esta crisis; cada uno de vosotros, en su libre albedrío, obtendrá sus propias conclusiones. Solo pido que se cuiden para no enfermar de lo que sea; para evitar al máximo posible acudir a los centros de salud públicos o privados y, eso, cuidaos mucho porque vuestras vidas son irremplazables.

Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública

martes, 26 de mayo de 2020

Un mensaje con el viento




A muy temprana edad, y sin directriz alguna, pude distinguir la diferencia entre ser fuerte o débil. A lo largo de mis años he vivido, como muchos millones de personas, prisionero del estado. Prisionero, sí, acatando lineamientos en su mayoría estúpidos, dictados por seres perversos y mezquinos, hasta que comprendí la palabra libertad; un estado de la mente, y desde ese entonces, jamás he permitido que mi mente se convierta en prisionera.

En mi muro de Facebook una leyenda me define: «Soy un inadaptado que busca estacionarse dentro de un mundo pervertido». Eso dice, y dice mucho. Me resisto a ser muñeco de guiñol que puede ser manipulado con el simple hecho de mover los hilos. Me opongo a ser esclavo de quien goza del poder malentendido. Desapruebo ese sendero mal llamado “evolución” que solo sirve para deshumanizar y aniquilar a quienes buscan la manera de sobrevivir.

En mi estado “demencial” he podido comprobar que muchos piensan como yo. ¿Malo o bueno? No lo sé. Algunos, como yo, escriben, otros esculpen, o pintan. Muchos salen a manifestarse por diversas causas; perdón, salían, porque la tendencia de “quedarse en casa” está de moda, lejos del abrazo y las caricias que producen “afección”, según los “antropólogos que se piensan eruditos”.

¿En dónde jugarán los niños? Pregunta que carcome mis entrañas pensando en el futuro de mis hijos. La nanotecnología me aterra, al menos esa parte que destruye la materia; jamás pensé decir que tengo miedo. Temor a ver morir a tanta gente que en total indefensión, como un cordero, se resignan sin luchar en contra de quien fragua el matadero. Revolución social, un vocablo que me alienta y a la vez me inutiliza, quizás porque me siento enfermo de tanta suciedad. Mis palabras son cometas de papel que se las lleva el viento.

by Roberto Soria - Iñaki

jueves, 7 de mayo de 2020

Homenaje



Ubicarse ahí, en lo más alto de la misericordia para cuestionarle: «¿En verdad es justo tanto sufrimiento?». Reclamo sustentado en la impotencia. Pero la misericordia no responde, se mantiene firme, impávida, al igual que lo hacen quienes juegan a los naipes. Su silencio es una daga, y en lo álgido de mi reproche suelto con vehemencia un soliloquio…

Y pensar que hace apenas unos cuantos meses, mi amigo José Luis, a pesar de la maldita enfermedad que lo agobia, se veía entero. Sus ganas de vivir eran palpables, en especial, porque deseaba conseguir la salud —por demás deteriorada— de su querida madre. Un padecimiento que marcaba los destinos de ambos.
Hace tiempo que perdimos el contacto; no por falta de interés, sino por el quebranto que llegó hasta su morada para sentenciar una condena cruenta y despiadada, cuyo desenlace, ayer, me fue anunciado a través de una publicación acompañada de una foto que me congeló la sangre:

«Mi reducida tarifa me impide conectarme, y cada imagen supone un severo sacrificio de datos; pero es una foto especial, y necesito decirle a mi madre desde aquí, para que me escuche desde allí, que en este sofá nos hicimos nuestra última fotografía. Ya en su día lo hice barruntando el desenlace. Se fue hace casi cuatro meses, aunque murió cuando yo nací. Una foto especial en una noche igual de jodida que todas las demás. Ella lo sabía. El de la imagen no soy yo, sino lo que queda de mí, que es diferente. Nos leeremos. Quizá. Quizá… Solo quizá».

Después de leer tan cruel mensaje y de mirar la foto, me tumbé sobre la cama. Las palabras se negaban a salir. Por fin logré despabilarme, y en el punto máximo de la meditación, nació el reproche que acongoja mis neuronas.

Querido José Luis; mi maestro… Ante mis ojos eres un luchador incansable. Gracias por tu valiosa amistad; por tus letras…, por tus clases.

Imagen pública


sábado, 2 de mayo de 2020

Después de tanto tiempo




No era tiempo de reclamos; mirarla frente a mí, sin ataduras, con el ego agonizando en el canasto de los años era más que suficiente. —¡Te amo!— gritamos al unísono. Su traslúcido vestido me dejaba ver esas estrías en su piel marchita. Y qué decir de mí, con la barba y el cabello tan crecidos como los profetas evangélicos de nuestros viejos libros.

Qué ganas de abrazarnos, pero los estragos del maldito virus lo impidieron. Después de unos instantes de silencio mutuo, ella señaló hacia el horizonte; entendí el mensaje. Se trataba del inmenso mar que se tragó las ganas de tenerla junto a mí; quizás para forjar un mundo nuevo: En realidad no lo sé. Ella se tumbó en la arena, dejando que la brisa le meciera los cabellos.

—¡Yo también te eché de menos! —grité mientras la palma de mi diestra se alojaba entre los bordes de mi pecho.
—¡Ven, acércate! ¡Estamos solos! ¡Hagamos el amor; lo merecemos!

No dije nada, tan solo encaminé mis pasos hacia ella. El amor y la pasión ganaban la batalla, y sin importar las consecuencias, nos fundimos en abrazos hasta derrocar el miedo. Nuestros sueños se volvieron realidad, después de tantos años de esperar, para encender el fuego.

By Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública