jueves, 7 de mayo de 2020

Homenaje



Ubicarse ahí, en lo más alto de la misericordia para cuestionarle: «¿En verdad es justo tanto sufrimiento?». Reclamo sustentado en la impotencia. Pero la misericordia no responde, se mantiene firme, impávida, al igual que lo hacen quienes juegan a los naipes. Su silencio es una daga, y en lo álgido de mi reproche suelto con vehemencia un soliloquio…

Y pensar que hace apenas unos cuantos meses, mi amigo José Luis, a pesar de la maldita enfermedad que lo agobia, se veía entero. Sus ganas de vivir eran palpables, en especial, porque deseaba conseguir la salud —por demás deteriorada— de su querida madre. Un padecimiento que marcaba los destinos de ambos.
Hace tiempo que perdimos el contacto; no por falta de interés, sino por el quebranto que llegó hasta su morada para sentenciar una condena cruenta y despiadada, cuyo desenlace, ayer, me fue anunciado a través de una publicación acompañada de una foto que me congeló la sangre:

«Mi reducida tarifa me impide conectarme, y cada imagen supone un severo sacrificio de datos; pero es una foto especial, y necesito decirle a mi madre desde aquí, para que me escuche desde allí, que en este sofá nos hicimos nuestra última fotografía. Ya en su día lo hice barruntando el desenlace. Se fue hace casi cuatro meses, aunque murió cuando yo nací. Una foto especial en una noche igual de jodida que todas las demás. Ella lo sabía. El de la imagen no soy yo, sino lo que queda de mí, que es diferente. Nos leeremos. Quizá. Quizá… Solo quizá».

Después de leer tan cruel mensaje y de mirar la foto, me tumbé sobre la cama. Las palabras se negaban a salir. Por fin logré despabilarme, y en el punto máximo de la meditación, nació el reproche que acongoja mis neuronas.

Querido José Luis; mi maestro… Ante mis ojos eres un luchador incansable. Gracias por tu valiosa amistad; por tus letras…, por tus clases.

Imagen pública


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