martes, 26 de mayo de 2020

Un mensaje con el viento




A muy temprana edad, y sin directriz alguna, pude distinguir la diferencia entre ser fuerte o débil. A lo largo de mis años he vivido, como muchos millones de personas, prisionero del estado. Prisionero, sí, acatando lineamientos en su mayoría estúpidos, dictados por seres perversos y mezquinos, hasta que comprendí la palabra libertad; un estado de la mente, y desde ese entonces, jamás he permitido que mi mente se convierta en prisionera.

En mi muro de Facebook una leyenda me define: «Soy un inadaptado que busca estacionarse dentro de un mundo pervertido». Eso dice, y dice mucho. Me resisto a ser muñeco de guiñol que puede ser manipulado con el simple hecho de mover los hilos. Me opongo a ser esclavo de quien goza del poder malentendido. Desapruebo ese sendero mal llamado “evolución” que solo sirve para deshumanizar y aniquilar a quienes buscan la manera de sobrevivir.

En mi estado “demencial” he podido comprobar que muchos piensan como yo. ¿Malo o bueno? No lo sé. Algunos, como yo, escriben, otros esculpen, o pintan. Muchos salen a manifestarse por diversas causas; perdón, salían, porque la tendencia de “quedarse en casa” está de moda, lejos del abrazo y las caricias que producen “afección”, según los “antropólogos que se piensan eruditos”.

¿En dónde jugarán los niños? Pregunta que carcome mis entrañas pensando en el futuro de mis hijos. La nanotecnología me aterra, al menos esa parte que destruye la materia; jamás pensé decir que tengo miedo. Temor a ver morir a tanta gente que en total indefensión, como un cordero, se resignan sin luchar en contra de quien fragua el matadero. Revolución social, un vocablo que me alienta y a la vez me inutiliza, quizás porque me siento enfermo de tanta suciedad. Mis palabras son cometas de papel que se las lleva el viento.

by Roberto Soria - Iñaki

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