jueves, 22 de noviembre de 2018

Por si acaso abres el sobre



Sé que no lo estás pasando bien, me lo han dicho tus amigos. No te enfades; ellos solo responden a mis indagaciones. Saben que la preocupación me invade y yo pues…, poco y nada puedo hacer. Me acostumbré a quererte, a respirarte, incluso, a compartir contigo la textura de mis sábanas a través de la distancia kilométrica que nos separa.
Me pregunto si es que acaso echas de menos mi cariño... ¡Oye!, no le riñas al señor que vende flores; él tan solo atiende mis ardientes órdenes cuando en un descuido de tu parte deposita en tu ventana el ramillete que he pedido.
Perdón por asustarte aquella noche cuando confundiste mi gemir con el maullar de un gato. Sé que no me viste; poco importa. Solo quiero que comprendas que si duermo en tu traspatio no es porque me falte un techo, tampoco abrigo; es quererme asegurar que tú estás bien sin importar que me acurruque el frío.
No te inquietes; el que está contigo no se ha dado cuenta. Me conduzco precavido; con mis pies descalzos entro a tu aposento procurando no hacer ruido. Me conformo con mirarte y al salir, cierro la puerta.
Mis bolsillos están rotos; la oquedad se devoró mi ensueño. Nada tengo para darte; reconozco que soy pobre. Es por eso que te escribo, por si acaso abres el sobre.



Roberto Soria – Iñaki
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domingo, 18 de noviembre de 2018

Tres y tres



«Los botones de tu blusa se han vencido; la invitación es franca.» Así lo dije sin dudar aquella tarde en donde el mar se había dormido. Recuerdo que miré su escote; mis pensamientos se quemaban en la hoguera. De su nombre no me acuerdo, solo sé que la besé por vez primera.
Caminamos sobre el puerto; la necesidad de las presentaciones era escasa. Nuestros ojos se habían visto un centenar de veces; normalmente por las tardes, hasta que —esa noche—, nuestros miedos se bebieron las estrellas.
La recuerdo así, lo mismo que a la luna, quien de forma singular nos alumbraba el camino entre la bruma. La barra de aquel bar sirvió como testigo; poco y nada por hablar, mi suspiro y la fragancia de su cuerpo angelical se habían fundido.
Los cubatas desfilaron jubilosos en total complicidad; tres y tres, celebrando el hedonístico ritual de nuestros cuerpos. Bailamos sin parar; el sudor amenazaba con brotar y yo…, me quise refugiar en la frescura de su huerto.
—¡No debemos esperar! —Me dijo enardecida.
—¿Estáis dispuesta a naufragar en la olas de mi vida? —Inquirí mostrando arrojo.
Su respuesta —aunque silente— era obvia. Tomó mi mano; saldé la nota, y nos fuimos del lugar hacia la choza. Un camastro nos brindó con fiel mutismo, un espacio que nos puso en un altar; el nido mismo…
Nos amamos tantas veces que perdí la cuenta ¡Mentiría si dijese unas setenta! Pues ni un bravo semental aguanta tanto.
No te olvido, ¡y te pienso entre suspiros! ¿Me olvidaste? No lo sé; solo sé que tu recuerdo es el que insiste, porque no me pude despedir cuando te fuiste, dejando huellas que jamás se borrarán, en las arenas de una playa donde el mar, se pone triste.


Roberto Soria – Iñaki
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Así la veo



Camina entre el bullicio en dirección a la estación del metro. Hoy, sus pensamientos han reñido muy temprano; los deberes de oficina son la causa. Lo monótono del viaje es la evasiva; a su mente viene el gato que ha dejado en casa, lo mismo que la taza del café que se ha bebido, lo que le hace recordar que no ha colgado el post acostumbrado para invitar a sus amigos.
Sus bellos ojos —cual cámaras para filmar— hurgan en todas direcciones; sonríe, escrutando a las personas que viajan en el mismo tren que la traslada. Las desnuda; no de sus ajuares, sino de la falsa moralidad que está de moda. «No sois una prejuiciosa», le reclama su consciencia, mientras la falda que le ciñe la cintura entra en disputa, pues no define con certeza si la tela es corta, o si las piernas que intenta proteger son largas.
Su melena rubia —cual cascada de cordeles hechos oro— reta al viento, mientras este solo quiere conquistar sus emociones porque sabe que el amor aunque sin «H»…, es un pretexto; subterfugio que le sana las heridas del pasado, aunque el borde de la cicatriz no se haya ido.
Las compuertas de sus lagrimales las mantiene bien cerradas; el pequeño interruptor que abre el acceso está advertido… «¡Nada de llorar! ¡Jope…! Que la humedad me produce un malestar que me conduce hasta la sala del hastío»; se aprecia esa leyenda en su memoria, mientras las neuronas danzan sin parar, porque pronto dictarán los textos de una historia singular que sin dudar, se debatirá entre el infierno y la utopía de la gloria.


Roberto Soria – Iñaki
Para ti, querida Aida Del Pozo Aceves. Excelente mujer; gran escritora.


sábado, 17 de noviembre de 2018

El canto de las sirenas


Dicen que, las sirenas son seres mitológicos que se manifiestan por el delirio que produce navegar sin descanso por jornadas excesivas pero… ¿Qué hay con las que se manifiestan fuera del mar?, ¿y las que se presentan en los sueños? La mayoría, hermosas, con un rostro cuyas facciones podrían superar sin duda alguna a la belleza ensalzada de la reina Nefertari. Yo las he visto en mis quimeras, haciéndome sentir el dios Neptuno.
Han mistificado su existencia para protegerse del misógino, de la barbarie que intoxica al megalómano hasta convertirlo en bestia. A través de su canto singular me han conquistado y, aunque cada una de ellas es diferente entre sí, todas tienen el poder de perturbar el proceso emocional del enamoramiento idealizado.
Sí, las he visto, deambulando por las calles dando tumbos; algunas, disfrazadas como prostitutas, otras ofreciendo sus servicios laborales al patrón que las explota, todo a cambio de unas míseras monedas…, el objetivo que ellas tienen es muy claro, satisfacer las mínimas necesidades de las bocas que les esperan en la casa; entre sombras, con el frío acariciándoles la espalda, producto de una enorme tempestad porque quizá, y solo quizá, sus progenitores han equivocado el rumbo.
En lo alto del acantilado espiritual las miro, mientras mi flaqueza intelectual intenta descifrar el crucigrama que entreteje hilos de dudas, enigmas que se bordan con ganchillo en el textil etéreo, hasta confeccionar el tácito placer de preservar el dulce virginal de la mujer, un don que no puedo negar porque gracias a ese don, existo y creo.


Roberto Soria – Iñaki
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miércoles, 7 de noviembre de 2018

Caravanas



Un andar entre maleza; los hierbajos cada vez resultan más difíciles de desbastar. Se reproducen como granos de arroz, venciendo —con su iniquidad— la buena voluntad de la semilla que nutre a quienes buscan el camino de regreso al huerto que atesora la felicidad que se quedó estancada.
Los pastores ya no cuidan del rebaño; las ovejas danzan entre brincos híbridos, buscando traspasar la cerca. No entienden de fronteras, solo saben que en el norte nace la "oportunidad" que —aunque envuelta en hilos frágiles—, les ofrece la posibilidad de sobrevivir un día más en esos lares.
Los perros ovejeros han mutado; sus instintos animales cobran vida. Hoy asechan; tienen hambre. Es por eso que establecen una ruta al matadero. Millares de corderos —aunque famélicos— servirán para medio saciar el apetito que produce la ignorancia. La prueba es contundente; hunden sus colmillos y sus garras en la piel sanguinolenta de sus víctimas.
—Haremos del sector tercermundista un vil recuerdo—; musitan los enormes adoquines de la Casa Blanca, encargados de mantener inmaculado el mármol pernicioso de la enorme finca.
Caravanas marchan como autómatas; el Continente Americano es similar a un hormiguero; analogía testificada desde el cosmos, mientras la vesania se alimenta de utopías.
Observo; a veces dudo de la resiliencia de mis ojos porque no logran distinguir con claridad el rostro cruel del holocausto.
—¿Tan poca cosa somos los migrantes?—, pregunta que taladra mis oídos; cuestionamiento que se gesta entre las filas de los miles que deambulan como zombis, mientras sus manos entretejen ensueños quebradizos con aroma a petricor de la parcela que se sabe ajena.
Las piernas del destino se hacen largas; las manecillas del reloj se mimetizan; las hordas sueñan sin dormir mientras la noche avanza, entendiendo que la luz del nuevo día..., la luz del nuevo día huele a esperanza.


Roberto Soria – Iñaki
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jueves, 1 de noviembre de 2018

Yo también suspiro



Miro hacia atrás; la ruta a mis espaldas es muy larga y escabrosa. Luces y sombras abarrotan los escenarios coloridos a los cuales he asistido. A veces pienso que ya todo está dicho para mí, incluso hecho; pero la famosa «luz al final del túnel» todavía no se vislumbra.
Muchos de mis familiares han partido, así como algunos amigos. Sus recuerdos en mi mente siguen vivos; motores que me alientan a escribir. Historias infinitas danzan en mi mente, ataviadas de sui géneris indumentarias hiladas de sabiduría.
En el recuento de vivencias el resultado del balance se decanta a mi favor… Mi conclusión es categórica: —Te debo, vida—, al tiempo que miro mis raídos bolsillos; vacíos y, paradójicamente, llenos de agujeros, oquedades por las cuales se han colado los suspiros, las ironías, los amoríos.
El dolor en mis rodillas se acrecienta, consecuencia de las múltiples caídas; las veo, llenas de cicatrices que hablan, que gimen, que no obstante estar cerradas…, sangran.
Por las tardes miro mi tintero, agotado: —¿Es lo último que escribo?—, le pregunto. No responde; me recuesto, me duermo, y a la mañana siguiente, mi tintero ya está lleno. Luego entonces le sonrío, comprendiendo que la danzarina pluma —cómplice de mis recuerdos— espera en mi pequeña mesa de trabajo para delinear los textos, esos trozos de mi alma que se plasman insurrectos para ser leídos, y por qué no, muchas veces…, un tanto cuanto incomprendidos.
Observo indagatorio entre la fila de los cuerpos, entes deambulando que dan tumbos sobre piedras que complican el andar del peregrino; la mayoría, con la mirada extraviada, y en algunos, cristalina, como deben ser las almas. Sus devaneos y experiencias se registran en mi mente; describo sus perfiles, como si me hubiese sido endosado el singular legajo de sus vidas. Qué ironía, porque detallo como copia fiel la historia del que miro, y me siento incapaz de redactar la mía.


Roberto Soria – Iñaki