Sé que no lo estás pasando
bien, me lo han dicho tus amigos. No te enfades; ellos solo responden a mis
indagaciones. Saben que la preocupación me invade y yo pues…, poco y nada puedo
hacer. Me acostumbré a quererte, a respirarte, incluso, a compartir contigo la
textura de mis sábanas a través de la distancia kilométrica que nos separa.
Me pregunto si es que acaso
echas de menos mi cariño... ¡Oye!, no le riñas al señor que vende flores; él
tan solo atiende mis ardientes órdenes cuando en un descuido de tu parte deposita
en tu ventana el ramillete que he pedido.
Perdón por asustarte aquella
noche cuando confundiste mi gemir con el maullar de un gato. Sé que no me
viste; poco importa. Solo quiero que comprendas que si duermo en tu traspatio
no es porque me falte un techo, tampoco abrigo; es quererme asegurar que tú
estás bien sin importar que me acurruque el frío.
No te inquietes; el que está
contigo no se ha dado cuenta. Me conduzco precavido; con mis pies descalzos
entro a tu aposento procurando no hacer ruido. Me conformo con mirarte y al
salir, cierro la puerta.
Mis bolsillos están rotos;
la oquedad se devoró mi ensueño. Nada tengo para darte; reconozco que soy pobre.
Es por eso que te escribo, por si acaso abres el sobre.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública