Llanto, gritos…,
desesperanza. El viento los divulga; todos buscan libertad, pero los barrotes
de la miserable jaula los retiene. Es el tiempo de la bestia, animal que
encierra a los humanos.
Retumban voces de
protesta en las arterias mediáticas, y en las redes sociales se proclama la
emancipación de los que fueron retenidos por el simple hecho de pisar un
territorio que se dice ajeno.
Pero los neutrales poderosos sólo
observan… Indolentes, equidistantes para no ensuciar sus finos trajes,
vestimenta de un poder que por desgracia les ha sido conferido…
—¡Son sólo niños! ¡Que no los separen
de sus padres!—, suplica famélica que se desangra ante los actos inhumanos de
un perverso mandatario. La misericordia se amilana, tiene mucho por hacer, mas
no hace nada.
Ante tal pasividad la bestia ataca;
sus pezuñas afiladas cortan miles de esperanzas. Pareciera ser que nada la
detiene.
Los protocolos humanitarios brillan
por su ausencia, maquillados de falacia. El genocidio tiene olfato muy agudo,
se agazapa como huésped en la Casa Blanca, mientras sus esbirros hacen su labor
a través de la desgracia.
Mil preguntas hacen fila para
entender la batalla, sin saber que un invitado —la ignorancia— ha sobornado al
buen juicio.
Las respuestas se amontonan, algunas
son destacadas, gritando sin distinción: «¡No hay pretexto que les valga!
¡Vejación es vejación!» Le dicen a la arrogancia.
Ojos miopes, bocas que se callan,
oídos que se cubren de sordera porque la verdad les falla, una verdad gobernada
por líderes perniciosos, asesinos de la razón, también de la democracia.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública.