Una mañana, al despertar, mi mano descubrió que
tu calor se había ausentado. Las sábanas estaban frías, emulando témpanos de
hielo, despiadados, tan gélidos, que me hicieron tiritar, al punto de lograr palidecer
y con dificultad, tartamudear tu nombre.
En segundos comprendí que la ilusión de
amarnos de por vida fue tan solo una quimera, y que las palabras dichas fueron
frases sin sentido; locuciones de una alcoba placentera.
Qué difícil me resulta respirar sin tu
presencia, y pretender desatar los cordeles que anudó tu olvido. El tiempo se
ha ensanchado, y las nubes de algodón se han puesto negras, de vez en cuando
iluminadas por un rayo.
El sol se esconde para mí; las amapolas del
jardín en el traspatio de la casa se han secado. Tal vez mañana el corazón que
te ofrecí se muera taciturno, pero los versos que escribí con tinta sangre
vivirán por siempre, los cuales, dormitan en los folios dentro de la fosa cruel
de mi escritorio… La portada del compendio dice: «Amor en primavera».
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública