sábado, 2 de mayo de 2020

Después de tanto tiempo




No era tiempo de reclamos; mirarla frente a mí, sin ataduras, con el ego agonizando en el canasto de los años era más que suficiente. —¡Te amo!— gritamos al unísono. Su traslúcido vestido me dejaba ver esas estrías en su piel marchita. Y qué decir de mí, con la barba y el cabello tan crecidos como los profetas evangélicos de nuestros viejos libros.

Qué ganas de abrazarnos, pero los estragos del maldito virus lo impidieron. Después de unos instantes de silencio mutuo, ella señaló hacia el horizonte; entendí el mensaje. Se trataba del inmenso mar que se tragó las ganas de tenerla junto a mí; quizás para forjar un mundo nuevo: En realidad no lo sé. Ella se tumbó en la arena, dejando que la brisa le meciera los cabellos.

—¡Yo también te eché de menos! —grité mientras la palma de mi diestra se alojaba entre los bordes de mi pecho.
—¡Ven, acércate! ¡Estamos solos! ¡Hagamos el amor; lo merecemos!

No dije nada, tan solo encaminé mis pasos hacia ella. El amor y la pasión ganaban la batalla, y sin importar las consecuencias, nos fundimos en abrazos hasta derrocar el miedo. Nuestros sueños se volvieron realidad, después de tantos años de esperar, para encender el fuego.

By Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública

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