martes, 12 de marzo de 2019

Voces



«Ojalá pudiese dar y expresar tanto que encierro», palabras que se vuelcan en un grito, exclamación agónica que se desgrana en un intento por llegar a los oídos sordos de la multitud circunvecina.
Mis manos —por momentos torpes— se deslizan con dificultad sobre el teclado del ordenador portátil, haciendo malabares en el ir y venir del pensamiento. Mi mente se defiende en una lucha insostenible, pugna que se afianza en un cuestionamiento histórico: “Ser, o no ser; ese es el dilema”, indecisión y duda. Qué difícil me resulta caminar sobre la cuerda floja; el temor a caerme es asfixiante. A veces me pregunto si nacer valió la pena, pero la respuesta es muda.
 Me miro en el espejo, y el reflejo que proyecta no es el mío: ¿Acaso el tiempo se robó mi imagen? Pregunta sin sentido porque sé que estoy ahí, sumergida en un abismo existencial que me atormenta. El borde en la cornisa se fragmenta entre mis dedos, sentenciando un desenlace mórbido, ajeno a mi endeble voluntad tan quebradiza.
Mi desvelo se ha vuelto una constante; mi sueño intermitente es escapista. La voz de “Pepe grillo” es un taladro perforando mis sentidos. «¡Camina! ¡No vayas tan deprisa!», me repite hasta el cansancio; pero mis acciones son veloces, indomables cual corcel que habita solitario en la pradera.
Mi autoestima es hojarasca seca, repelente a la felicidad que me desdeña. Soy como la oruga anquilosada, reteniendo las alas que se gestan para coronar mi espalda; crisálida con ganas de volar, sin importar que las alturas amenacen la fragilidad que constituye mi organismo.
Sé que debo continuar, conclusión que me dejó el debate con la muerte. Partir en esta condición sería una pena; claudicar me pone de rodillas, así que, si ser vencida por el adversario es mi destino, será de pie, como el roble que se muestra erguido, porque quiero descifrar ese “porqué” de haber nacido.

Roberto Soria – Iñaki


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