He visto llorar al hombre;
al médico…
Sus palabras —entrecortadas—taladran
mis oídos.
—¡Dime¡ ¿Cómo podemos
detener esta puta pesadilla? La sociedad no escucha; se piensan que todo esto
es una broma. No entienden que, al menos por ahora, no existe cura. El
confinamiento es la única opción que evita que la enfermedad siga avanzando.
El número de contagios es
enorme; cifra que se encuentra lejos de lo dicho por las autoridades. El gobierno
está pasivo, se lo pasa dando discursos fuera de la realidad que nos azota, amparados,
como siempre, en la demagogia… No han sido capaces de crear un protocolo de
emergencia: ¡Vaya! Ni siquiera de firmar en tiempo y forma los convenios con
los laboratorios para actuar en consecuencia. El personal sanitario está
diezmado; nos hacen falta mascarillas, guantes y medicamentos.
Los
humanos están cayendo como moscas; sin importar quien sea. Temo que lo peor
está por venir, y lamentablemente yo, al igual que muchos médicos, enfermeros
y, en general el personal que colabora con nosotros, estamos cansados;
dormitamos poco, casi no comemos. Estamos al borde de la desesperación, mirando
morir a los enfermos.
Esta
vez, la realidad supera a la ficción. Por instrucciones de mis superiores he
tenido que negar el servicio a quienes solicitan revisión; personas que presentan
síntomas y, quienes a falta de recursos, no pueden pagar la prueba que podría
salvar sus vidas.
En las últimas veinticuatro
horas el número de infectados se ha multiplicado. Hacemos lo que podemos; no lo
dudes, pero debo confesar que tengo miedo; miedo porque desde anoche, yo
también me siento enfermo.
—Qué te puedo decir, querido
amigo; solo gracias —musité, mientras él, se vestía una bata limpia para
continuar con su labor interminable.
Roberto Soria – Iñaki
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