sábado, 21 de marzo de 2020

El hombre; el médico




He visto llorar al hombre; al médico…

Sus palabras —entrecortadas—taladran mis oídos.

—¡Dime¡ ¿Cómo podemos detener esta puta pesadilla? La sociedad no escucha; se piensan que todo esto es una broma. No entienden que, al menos por ahora, no existe cura. El confinamiento es la única opción que evita que la enfermedad siga avanzando.
El número de contagios es enorme; cifra que se encuentra lejos de lo dicho por las autoridades. El gobierno está pasivo, se lo pasa dando discursos fuera de la realidad que nos azota, amparados, como siempre, en la demagogia… No han sido capaces de crear un protocolo de emergencia: ¡Vaya! Ni siquiera de firmar en tiempo y forma los convenios con los laboratorios para actuar en consecuencia. El personal sanitario está diezmado; nos hacen falta mascarillas, guantes y medicamentos.
            Los humanos están cayendo como moscas; sin importar quien sea. Temo que lo peor está por venir, y lamentablemente yo, al igual que muchos médicos, enfermeros y, en general el personal que colabora con nosotros, estamos cansados; dormitamos poco, casi no comemos. Estamos al borde de la desesperación, mirando morir a los enfermos.
            Esta vez, la realidad supera a la ficción. Por instrucciones de mis superiores he tenido que negar el servicio a quienes solicitan revisión; personas que presentan síntomas y, quienes a falta de recursos, no pueden pagar la prueba que podría salvar sus vidas.
En las últimas veinticuatro horas el número de infectados se ha multiplicado. Hacemos lo que podemos; no lo dudes, pero debo confesar que tengo miedo; miedo porque desde anoche, yo también me siento enfermo.
—Qué te puedo decir, querido amigo; solo gracias —musité, mientras él, se vestía una bata limpia para continuar con su labor interminable.

Roberto Soria – Iñaki


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