sábado, 29 de febrero de 2020

La luciérnaga




Amores invencibles, enraizados no en el cuerpo, sino en el alma. Seres que deambulan en ese espacio donde pocos se atreven a llegar, desafiando distancias y rompiendo paradigmas, capaces de viajar en la imaginación y de retar al tiempo; lapso que se encarga de nutrir a la consciencia, de ordenar los sentimientos y, de liberar la esencia anquilosada en el letargo de la duda que apuñala, provocando temor y resistencia al perdón que acerca a quienes por error, fueron marionetas de las circunstancias.

Y heme aquí, sentado en la butaca principal del foro que presenta la opereta de una historia llamada “La luciérnaga”, escrita sin el guión que obliga a pronunciar ese panfleto lleno de reclamos; reproches vanos cuando el corazón no entiende de razones…

—Con todo y miedo me atrevo a escribir, y aunque no me contestes, quiero que sepas que te extraño… Cuídate—; esas fueron sus palabras al salir a escena, y sin pensármelo dos veces le brindé un aplauso.

El monólogo descrito obtuvo recompensa; el eco del histrión produjo un diálogo. No hubo caretas, ni maquillajes que cubrieran la incipiente realidad que se mostraba sin dobleces.

Disfruté la obra. Al final, los actores se tomaron de la mano; sobraban las palabras, así como los juramentos que se fincan en lo absurdo perdiéndose en la nada. Esta vez, ambos dieron un ejemplo claro; «se puede caminar conjuntamente sin pensar en el destino». Hermanados, entendiendo que el principio y el final, son uno mismo.

Roberto Soria – Iñaki



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