No sé cuántas veces le besé
la sombra, mentiría si dijese “fueron veinte”; mi contabilidad murió en la
cuenta. La estridencia de los grillos quedó muda, y la luna se ocultó tras de
las nubes; nos espiaba, aprendiendo las lecciones del amor en el escenario
virgen de la gran batalla. El viento era testigo.
La contienda espiritual fue
demandante. En una pausa que hicimos, me bebí el sudor de su perfecto vientre para
rehidratar el alma; de sus pechos succioné la miel, néctar que dulcificó lo
amargo de mis incipientes ganas. —Esperé por ti seiscientas primaveras—, le
dije sin palabras. Ella me besó la frente, y después de acariciar mis manos…,
me ofreció un “hasta mañana”.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
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