Confesaré que muchas veces
me pierdo en tu recuerdo, avivando el sonoro palpitar de tus caricias y, humectando
la resequedad de aquellos besos que nos dimos como un juego.
Al igual que tú, yo también
te echo de menos. Cómo no hacerlo, si nos bebimos juntos la botella de la cava
con sabor de fresco verso, si deshojamos tantas margaritas intentando descubrir
si yo te amaba más que tú, cuando tú, y solo tú, eras capaz de conducirme al mejor
lugar del universo.
Nuestro amor era tan grande
que el espacio en nuestros cuerpos resultaba insuficiente. Locos de atar, eso
éramos, porque nuestras mentes construyeron un altar a los deseos concubinos,
decididos a pecar frente al temor de un cruel destino.
De tus ojos, las estrellan se
sintieron perturbadas por los celos; recuerdo sus destellos… Me envolvían en su
haz de luz hasta dejarme ciego. “Ojos negros”, te decía; no con palabras, sino
con suspiros, y con exaltaciones que brotaban desde el fondo de mi alma para
conquistar el sentimiento que guardabas en el mar de tus adentros; oculto por
temor a la desdicha.
No sé si llegarás a leer
esta misiva, llena de tristeza compulsiva porque de tu ausencia tengo miedo
pero… Por hoy es todo, ya mañana seguiré escribiendo.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
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