Después de tanto esperarte para
ofrecerte mi nido, llegaste y te fuiste pronto sin habernos comprendido. Sobre
la mesa de centro, en la sala del olvido, descansan aquellos folios donde de tu
amor escribo. Hablo de tantas cosas, incluso, de lo no vivido. ¡De cómo fueron tus
besos!, y el decreto prometido.
A veces cuando te sueño, me
despierto sorprendido, al recordar que juraste no jugar con mi cariño. Y me
parece escucharte, al punto tal que me olvido, del estoque que dejaste, en mi
corazón herido.
Por ti preguntan aquéllos,
nuestros viejos conocidos. Que si ya te arrepentiste, o si acaso te casaste con
quien dijo ser mi amigo. Pero mis labios cosidos, no emiten ofensa alguna,
porque juraron amarte, y por testigo…, la luna.
La almohada que acariciaste cuando dormiste conmigo, me dice que me adoraste. Yo, anquilosado cavilo. Y
resuelvo en mi entereza, con el pecho bien erguido, que debo darte las gracias,
por haberte conocido.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
No hay comentarios:
Publicar un comentario