Cabizbajo y meditabundo, deambulando
por las conocidas calles empedradas que lo vieron crecer y hacerse hombre. En
ese vecindario que había cambiado mucho… El olor a destrucción se había quedado
impregnado en cada una de las casas de la zona. Algunas edificaciones se habían
venido abajo, resultado de las bombas implacables que buscaron obtener en su
momento, una Pírrica victoria.
Los trinos de las aves apostadas en
el viejo sauce, —ubicado en el traspatio de aquél que fuera su hogar—,
parecía que susurraban.
—¿Qué causará más pesar del inventario quedado? ¿Los muertos, o los vivos?—.
Se preguntó reflexivo. Pero el soliloquio no le trajo una respuesta.
—¿Cómo es que pueden permanecer indolentes?—. Espetó, al tiempo que
miraba en todas direcciones.
Sobrevivientes migrando, otros,
permaneciendo ocultos. Algunos, entre las ruinas, pero la mayoría, escondidos
en sí mismos, llenos de pánico, temerosos de escuchar de nueva cuenta la sirena
que anunciaba el bombardeo.
—¡Bienvenido a casa! Josep, hijo
mío—. Le pareció escuchar la voz materna, esa voz de la mujer hacendosa y
excelente cocinera, quien muriera víctima de una bomba que estallara en el
mercado aquél en donde hacía las compras. Deceso que Josep, no supo a tiempo…
—Aquí me tienes de regreso, madre—. Musitó.
A su mente llegaron decenas de
recuerdos. Esas fiestas de cumpleaños cuando niño. Las butacas del colegio y…
sus amigos. ¡Isabel, por supuesto! Cómo olvidar a quien por casi un año Josep,
le escribiera mil poemas. Su primer amor, con apenas 15 primaveras cuando él,
ya había cumplido los 18.
Veinte años atrás…
Finales de 1936. Ese día, Josep
merendaba con su madre. En la radio, la voz de un locutor daba un anuncio… —¡La
guerra Civil sigue cobrando muchas vidas!—. Se escuchó decir al hombre.
La lucha de clases, la guerra de
religión y el enfrentamiento de nacionalismos opuestos, resultaban demasiado
caros. La crisis económica, sin piedad alguna, los estaba asfixiando.
Esa noche, Josep no pudo dormir. El
anuncio lo había perturbado en demasía. El recuerdo de su padre se hizo
presente. Cómo olvidar que por culpa de la dictadura su progenitor lo había
perdido todo. Negocio, casa y… la vida. Un disparo en plena base del mentón
había cortado de tajo su existencia, suicidio que Josep, jamás olvidaría.
Lo había decidido ya, se enrolaría
con alguno de los bandos. Dispuesto estaba a luchar por la libertad. —¡Pero si
nunca he disparado un arma! —se recriminó, sintiéndose culpable—. Mas no me
importa, ¡aprenderé!, sin duda alguna.
Duro golpe moral para su madre, quien
con lágrimas de desconsuelo le dijo antes de marcharse.
—Morirás, querido hijo.
—Muertos ya estamos, mamá, por
permitir que un hijo de puta nos tenga el pie sobre el cuello.
—¿Estáis seguro del bando que habéis
elegido? —preguntó con voz quebrada.
—Eso sólo el tiempo lo dirá, querida
madre.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
«Nadie puede ni debe cortar las alas de la
libertad…, soberana autonomía.»
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