Desde niño, me fue inculcado
el bello hábito por la literatura, muy en especial, por la poesía. Y, aunque
tengo a mis escritores y poetas favoritos, son tradicionales —consagrados— como
decimos en este “mundillo” literario.
No tuve la oportunidad de
conocer a alguno de ellos. Estrechar sus manos sin duda, habría sido una experiencia
maravillosa, lo mismo que conocer su verdadero «YO» para descubrir si su
talento era congruente con la personalidad que poseían.
Con el correr de mi tiempo,
y al adoptar de lleno a mi pluma y mi tintero en un intento por plasmar mis
pensamientos, la vida, gradualmente, me permite conocer a muchos escritores contemporáneos.
Grandes “escribidores”… Poetas, bloggers. Escribientes que abarcan todo tipo de
género literario. De los cuales, modestamente, puedo presumir que guardo una
amistad con ellos. Seres sensibles, humanos, solidarios, y sobre todo…,
humildes, al menos la mayoría.
Mi gusto por el arte es
evidente, como lo es también mi ignorancia por el mismo. No puedo dejar de
mencionar, —sin decir nombres— en esta mi reflexión, a grandes pintores y escultores,
cuyas obras vivientes son canales transmisores de emociones que, al igual que
el corazón, también palpitan.
Existe un —algo— en todo
esto… pasión. Cada palabra que se escribe, cada trazo que se desliza sobre el
lienzo, cada golpe que esculpe la materia, conllevan una parte de la vida del
autor. Tiempo, dedicación, esmero, para que al final sus obras lleguen a la
manos adecuadas. Por amor, no por dinero.
«Lo que hagas, hazlo con
cariño sin pensar si gustará. Siempre habrá alguien que valore vuestro
esfuerzo.»
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