Deambular, y después de
tantos pasos concedidos, una pausa. Estacionado, en un punto reflexivo, sitio
donde el polvo habita, y la luz con gran dificultad hace su nido. La noche es
muy espesa, pero la luna corta de tajo el negro manto, al tiempo que mis dedos
bailan encendiendo un cigarrillo.
Miro la jungla de asfalto. Conglomerado
de sombras asesinas, testigo mudo de los seres que agonizan por el filo
criminal de la ignominia. Mis ojos hurgan entre la basura. Allí lo encuentro,
es un viejo conocido… El menoscabo, amordazando los sonidos de la honra, en un
acto de gula que devora los sentidos. Mientras arriba, las aves carroñeras vuelan
sobre quien de muerte yace herido.
Media noche, continúo mi
camino. Se avecina un torrencial de miradas clandestinas, después…, llega la nieve.
Polvo blanco, penetrando por las fosas nasales de aquel joven que ha perdido sensatez
al violentar lo que la mente tiene almacenado en lo prohibido. Me recrimino —¡No
es posible que de a poco esté perdiendo la sorpresa!—. Reclamo que se lleva el
viento, mientras el llanto de un infante hambriento llega sin piedad a mis
oídos.
Lo siniestro va en aumento.
Un par de zapatos deportivos corre presuroso, evidentemente…, huyendo. Asesinos
de ilusiones, susurrando soliloquios por demás perturbadores, pues detrás de sí
han dejado por dinero, el cuerpo sin vida de un humilde obrero. Uniformes con
insignias van en pos del criminal, mi visión se ajusta a la oscuridad que me
rodea. Finalmente, metros más adelante, todos se detienen. El perseguido extrae
de su bolsillo una cartera. Los de las insignias miran en todas direcciones. La
repartición de lo obtenido ha concluido. Y la oscuridad, tan sólo calla, ante
la mirada insidiosa de un hombre que se esconde al interior de un auto negro.
Mis músculos se tensan, lo he reconocido. «El diputado local que prometió combatir
la impunidad, a cambio del voto recibido.»
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
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