miércoles, 7 de febrero de 2018

Oscuridad celestina



Deambular, y después de tantos pasos concedidos, una pausa. Estacionado, en un punto reflexivo, sitio donde el polvo habita, y la luz con gran dificultad hace su nido. La noche es muy espesa, pero la luna corta de tajo el negro manto, al tiempo que mis dedos bailan encendiendo un cigarrillo.
Miro la jungla de asfalto. Conglomerado de sombras asesinas, testigo mudo de los seres que agonizan por el filo criminal de la ignominia. Mis ojos hurgan entre la basura. Allí lo encuentro, es un viejo conocido… El menoscabo, amordazando los sonidos de la honra, en un acto de gula que devora los sentidos. Mientras arriba, las aves carroñeras vuelan sobre quien de muerte yace herido.
Media noche, continúo mi camino. Se avecina un torrencial de miradas clandestinas, después…, llega la nieve. Polvo blanco, penetrando por las fosas nasales de aquel joven que ha perdido sensatez al violentar lo que la mente tiene almacenado en lo prohibido. Me recrimino —¡No es posible que de a poco esté perdiendo la sorpresa!—. Reclamo que se lleva el viento, mientras el llanto de un infante hambriento llega sin piedad a mis oídos.
Lo siniestro va en aumento. Un par de zapatos deportivos corre presuroso, evidentemente…, huyendo. Asesinos de ilusiones, susurrando soliloquios por demás perturbadores, pues detrás de sí han dejado por dinero, el cuerpo sin vida de un humilde obrero. Uniformes con insignias van en pos del criminal, mi visión se ajusta a la oscuridad que me rodea. Finalmente, metros más adelante, todos se detienen. El perseguido extrae de su bolsillo una cartera. Los de las insignias miran en todas direcciones. La repartición de lo obtenido ha concluido. Y la oscuridad, tan sólo calla, ante la mirada insidiosa de un hombre que se esconde al interior de un auto negro. Mis músculos se tensan, lo he reconocido. «El diputado local que prometió combatir la impunidad, a cambio del voto recibido.»



Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública

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