martes, 19 de febrero de 2019

Delirio



(…)  no sé por qué, pero mi vista se posó en esa silueta femenina;  escuálida, maquillada de temores y patologías producidas por la mente, una mente que acusaba un desgaste excesivo, crónico. Su sonrisa —enigmática— se dibujaba con gran dificultad. Sus facciones camaleónicas me dejaban ver expresiones disímiles entre sí: Vesania y cordura, luz y sombra, odio y amor… No obstante decidí acercarme, al punto tal que, sin querer, me fui impregnando del aroma de sus fragmentados versos.
Debo confesar que la experiencia fue como ese viaje realizado en la montaña rusa que jamás repetiré; sus altibajos conductuales mermaban mi entusiasmo. No obstante, le tomé la mano, jurando que jamás la dejaría en el abandono; sí, me había estigmatizado.
El tiempo hizo su parte, dejando al descubierto un centenar de cicatrices. El destino cómplice pronosticó una jugarreta, azares que minaron ese tul que disfrazaba la verdad que se ocultaba entre los bordes de una herida bien disimulada. Quise curarla, pero cómo hacerlo si el dolor que le aquejaba ya era añejo; se había colado entre sus descalcificados huesos, deshidratando lentamente cada gramo de la médula incipiente.
No desistí, aunque consciente estaba; su abandono llegaría tarde o temprano. Le amaba tanto que llegué a soñar en conquistar en ella un cambio, un cambio no gestado como lo es un embarazo imaginario.
Iluso soy; nada importa, pues el espejismo de su amor y su alocada vanidad me hicieron comprender que la mentira tiene patas cortas. Delirio enajenado, manos temblorosas, y unos brazos extendidos en espera de un abrazo prolongado que disipe la nostalgia de un pasado tormentoso; a cambio de eso, ella tiene preparado un plato: La traición, cocinada a fuego lento, entre brasas concubinas que censuran el resurgimiento de la fe que se quebranta como lo hace el tronco seco de la inopia, anquilosamiento que confunde la necesidad de amar con compañía, sin importar que sean migajas porque al parecer, le importa más alimentar el cuerpo, dejando en cruel ayuno la nutrición del alma.

Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública


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