miércoles, 3 de enero de 2018

Alas mojadas


Estacionada, en el punto ciego de la gran montaña, lamentando que sus plumas se sintieran tan pesadas, y añorando el tiempo viejo cuando mil piruetas en el aire, celebraba…
Situación existencial, que le impide entremezclarse con el viento. Lo mundano le hace presa. A lo lejos, una voz es conducida por el eco —Las aves no requieren de gran cosa, porque vuelan libres—. Ella se asusta. La capacidad de su mirada se reduce de tal forma que no puede distinguir su entorno. Su conciencia le habla, conjugando una sentencia en pospretérito.
Ella misma picotea su pecho, a tal punto de dejarlo hecho jirones. Sus alas sangran. Ante la flagelación el firmamento clama —¡Ataduras!, ¡¿por qué se empeñan en ceñir sus sueños?!—. El reclamo se sumerge entre las nubes.
Un goteo púrpura delata su presencia, se vuelve apetecible para el bando carroñero… Un Cóndor pasajero al verla, afila con facilidad sus garras. Sabe que en cualquier momento, su presa, dejará de luchar hasta doblar sus alas. Ella, advierte del asecho. Entiende que los trozos de su piel, sanguinolentos, servirán de alimento para el buitre.
Levanta la cabeza, irguiendo el pecho. Retadora mira al victimario… le sonríe, e ipso facto se decide a defender su credo. Extender las alas le produce miedo, y el dolor de sus heridas disminuye la velocidad que alcanza en tan hermoso cielo. Pero todo es preferible, antes que perder la vida sin alzar el vuelo.



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