lunes, 11 de diciembre de 2017

Cuarto menguante


Caminante, con las sienes escarchadas, de pensar un tanto reflexivo. Gesto adusto, y rodillas como mapas por las tantas cicatrices a lo largo de su vida acumuladas.
Tarde gélida, los recuerdos llegan a su mente. Entre sus dedos, un pitillo. El humo que desprende pareciera dibujar en el aire una silueta de dimensiones perfectas. Femenina, por supuesto. Bocanada siete, exhala, y al hacerlo mil suspiros diminutos se entremezclan con el viento y éste, le devuelve en cortesía un par de silabas…, el nombre de ella.
—¡Maldita sea la distancia!—. Reclamo que se pierde al pronunciarlo. Una ráfaga de viento le golpea en las mejillas. «Si tan sólo te pudiera construir un arcoíris.» Pensamiento recurrente de aquel hombre que sin duda, se confiesa enamorado.
—¡¿Por qué la pusiste en mi camino?! Destino cruel y despiadado. Permite circundar su pena para convertirla en polvo, ¡quiero revertir el mal que de su cuerpo se ha adueñado!—. Soliloquio desgarrado, producto de la frustración recalcitrante que se adhiere a su consciencia en una especie de burla que le hace comprender la pequeñez de su existencia.
Se pone en pie, para continuar su andar cual peregrino. Hunde sus manos en los bolsillos de la chaqueta que con gran esfuerzo logra contener el frío. El parque de la zona le susurra…, —bienvenido—. Y la banca de hierro pareciera ser que le sonríe, —toma asiento —se auto dice.
La contempla, es su rosa favorita. Se marchita, ni los rayos del sol surten su efecto. Se oscurece. Es momento de mirar la luna, mensajera de sonetos. Cuarto menguante, dile por favor a esa mujer, que yo quiero ser su amante.


©Roberto Soria – Iñaki

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