Extiende sus alas,
impetuosa, majestuosa. El viento se amilana, pues no puede contender con los
colores que de la Gaviota emanan. El cielo, con esa palidez que lo caracteriza,
se decanta en favor de tan imponente vuelo. Tres pares de ojos la observan, establecidos
en el nido porque sus pequeñas alas todavía no despliegan. Son sus crías.
Expectantes, entendiendo que las peripecias de su madre son lecciones
importantes de supervivencia.
Mil piruetas en el aire, circenses
todas ellas, acompañadas por el cántico envolvente que desgrana las palabras y
caricias del amor filial que le acompaña.
Los rayos del sol han preparado para
ella centenares de mensajes, todos llenos de esperanza. —¡Vuela tan alto como
puedas, querida Gaviota!— Exclama el eco proveniente de las montañas
escabrosas, ése que se muestra retador, estimulante. Ella entiende las
alabanzas y, aunque no se pierde en el elogio, el temor de la caída estrepitosa
le hace escolta. Pero no tiene elección, pues el viejo cazador de su pasado
acecha.
Su objetivo, superar todas las
pruebas para poder emular el vuelo del solemne Buitre Griffon de Rupell. Aquél que finca su meta en tocar el
infinito. La Gaviota desciende de sus sueños, para depositar en los picos de
sus crías alimento.
Nuevamente emprende el vuelo,
expandiendo sus alas cual pinceles que deslizan su pelaje sobre lienzos. Se
siente libre, lo sabe porque su álter ego se lo indica. Ella entiende que su
statu quo debe ser aprovechado, es el único camino para derrocar al miedo.
©Roberto Soria - Iñaki
Dedicado para mi gran amiga Gaviota Multicolor. Con cariño.
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