viernes, 1 de diciembre de 2017

El Centinela



Sus papilas gustativas se han dormido, ya no experimenta la sazón que da la vida. Se pierde, en ese espacio inexistente que se viste de recuerdos. El futuro no se muestra. El reflejo en el espejo se desnuda. Se le mira incrédulo, empolvado, con miles de telarañas cubriendo cual capullo la esbeltez de tan hermoso cuerpo. La palidez de su rostro luce intacta, y lo rubio de su larga cabellera cual cascada, es testigo mudo de los pensamientos que con gran esfuerzo se sostienen de los hilos, de los más delgados, pero que soportan el gran peso de las ilusiones que no llegan, que se tardan.
Estacionada en el limbo, con sus negros ojos puestos en la nada se decide por hacer una llamada. Del otro lado de la línea telefónica le responde su consciencia. —Cuídate mucho, por favor. Nunca te des por vencida que la vida sólo es una, y ella como muchos otros, sé que también te ama—. La conversación se alarga. Escuchar esas palabras le produce sensaciones, como el efecto del bálsamo, ése que nos sana el alma.
Hay un -alguien- que entretiene su mirada. Su retoño. —¡Es por ella que resisto! —le dice al interlocutor. La dulzura de su voz se amarga, le hace presa el sinsabor de la nostalgia. Del otro lado de la línea, aquel oyente, en absoluto silencio y con respeto, la escucha, la besa, la ensalza.
Ambos tienen en común un enemigo…, la distancia. Mientras él se aferra en rescatar su aliento, ella siente que su fe, de a poco se desmaya. —Os debo tanto, mi querido Centinela—. Le dice sin titubeos, y ella por respuesta escucha… —Te quiero mucho, mi nena, y tú, no me debes nada.


©Roberto Soria – Iñaki
Óleo de Stella Maris Della Barca


No hay comentarios:

Publicar un comentario