Hoy no quise despertarme, después de todo el morir, sólo es cosa
de la carne… El motivo justifica la decisión tan bizarra, ¡pues entre sueños te
vi!, encimita de mi almohada. —Es tiempo de levantarnos—, me dijiste cariñosa,
al punto me puse en pie, ¡me fui corriendo al jardín!, y con amor escogí, la
mejor de nuestras rosas.
Al ponerla
entre tus manos pronunciaste un mil -te quiero-, yo me reflejé en tus ojos, tú
me colmaste de besos. Te separé de mi cuerpo con suma
delicadeza, para mirarte completa de los pies a la cabeza. Fue así como
descubrí, que había muerto mi tristeza.
—Es tiempo de realizar los deberes de la casa—, argumentaste. Y
yo te quise ayudar, pero tú no me dejaste. Te paraste frente mí, me dijiste convencida…
—Mejor escribe la historia de este idilio aventurero, para que el mundo se
entere de lo mucho que te quiero.
En la mesa de trabajo ya me esperaba la pluma, lo mismo que mi
tintero. Los folios se presentaban en un orden secuencial, esperando que mis
letras no tuvieran un final. Entre versos escuchaba de tus labios la canción,
aquélla que te cantaba con todo mi corazón.
Tu silencio me detuvo…, te busqué con la mirada obteniendo el
infortunio. Recorrí toda la casa, ¡gritando desesperado!, entendiendo que tu
esencia de mí se había distanciado. Al bajar por la escalera me fui directo a
la barra, y dos copas ya servidas parecía que me esperaban. Había una nota,
delineada con tu letra «¡Pero es que no puede ser, desde hace tiempo está
muerta!». Entre lágrimas leí, de la misiva estos versos… —No quieras pedirle al
tiempo, que me regrese con vida, mejor quédate dormido, yo te doy la
bienvenida.
©Roberto Soria - Iñaki
Style of Oswaldo Guayasamin
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