miércoles, 3 de enero de 2018

Una cita postergada


Un año más, frase trillada —eso pienso— cual cometa que aparece iluminando el firmamento, igual llega que se va. Muchos muertos, testigos mudos de aberrantes sufrimientos, acontecimientos todos que tiñeron de púrpura la memoria de los pueblos sin necesidad alguna.
Semillas buenas, muchas —eso veo— en peligro de ser contaminadas por las malas, entre surcos de una tierra fértil que se muestra generosa. A lo lejos, una estrella Navideña se despide, no sin antes señalar un nuevo ciclo de ilusiones renovadas. Muchos Robles han segado sus raíces, invadidos por el miedo de un futuro pernicioso inexistente. Sin embargo, las murallas de lo efímero se reblandecen. Los embates de las buenas voluntades hacen mella. 
Camino entre la nada, los Abetos me señalan mi destino, y mi vista tiene claro el objetivo. Es un río, por momentos caudaloso, otras veces apacible. Divisor de dos porciones de tierra cuya dimensión es ostensible. Hay un puente. En uno de sus extremos se distingue una silueta y, aunque nunca la he visto, sé que es ella.
Sopla el viento, celebrando aquel encuentro que el ayer…, presumió de inasequible. Mis pasos apresuran, enfundados en pisadas de ilusiones, intentando dar alcance al gran regalo que dejara para mí el año viejo. Al punto de reunión me aferro, mientras ella se descubre la melena. Sus labios tiemblan. De sus ojos se desprenden mil destellos, y sus brazos extendidos hacia mí se muestran impacientes, lo confirma su sonrisa de ansiedad por mucho tiempo contenida.
Nos miramos a la cara, entretanto, nuestras manos se entrelazan en señal de bienvenida. —He pecado —le confieso. En silencio me señala con el índice una brecha. Una fila con millares de personas se distingue. Uno a uno, se deslizan por un túnel misterioso, sin salida. —Tú decides, —me conmina —la elección es toda tuya, bien te puedes despertar para enmendar tus yerros, o si quieres, puedes caminar hasta la fila para tomar tu lugar entre los muertos.


©Roberto Soria - Iñaki
Imagen pública

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