Froto mis manos motivado por el inclemente frío. Vísperas de
Navidad. Personas yendo y viniendo por las calles. Las compras de temporada no
se hacen esperar. Es tiempo de conmemorar, de celebrar.
Noticias llegan a mis oídos…, el hermano de una amiga de mi hijo
ha muerto. Le arrebataron la vida de una forma bestial. 17 años de edad. Vaya
dolor tan inmenso para su familia, un regalo de la sociedad, una sociedad perdida,
sumergida en la pobreza. No la del bolsillo,
sino la del alma, la de la buena voluntad.
En los últimos 20 días, dos primos de mi esposa han fallecido por causas de enfermedad. Ya no podrán festejar. El sufrimiento en sus familias los obliga a reprogramar… En esta ocasión no habrá cena de Navidad.
En los últimos 20 días, dos primos de mi esposa han fallecido por causas de enfermedad. Ya no podrán festejar. El sufrimiento en sus familias los obliga a reprogramar… En esta ocasión no habrá cena de Navidad.
Mensajes y llamadas
entran en mi móvil, algunas para felicitarme, otras para escucharles llorar.
Amigos que a lo largo del año que agoniza lo han pasado muy mal. Cuestiones
económicas y de salud. Algunos casos son dramáticos, extremos, pues los ojos de
algunos difícilmente podrán ver la luz del año nuevo.
Las palabras me faltan para poder expresar mi sentir, para mitigar la pena de quienes me comparten sus desventuras. Y me pesa, pues no puedo hacer algo que alivie tal amargura.
Las palabras me faltan para poder expresar mi sentir, para mitigar la pena de quienes me comparten sus desventuras. Y me pesa, pues no puedo hacer algo que alivie tal amargura.
Enciendo el televisor.
Lo que miro no es sorpresa para mí. Cortes informativos anunciando las cantidades
exorbitantes de dinero que se meterán en la cuenta bancaria todos los políticos
del país…, después, la otra cara de la moneda —Indigentes aparecen muertos bajo
un puente peatonal. El frío les quitó la vida—. Así lo dicen los periodistas.
Pero, ¿a quién le importa? Pareciera ser que a nadie. La indolencia se mantiene
altiva.
—Buenos días. ¡Feliz
Navidad!, —es una de mis vecinas —¡no cabe duda que la gente está perdida!,
distorsionan por completo el objetivo de estas fiestas. Han comercializado todo
lo que corresponde a la espiritualidad—. Le sonrío, sin decir nada. Me encojo
de hombros, ella se despide. Reflexiono. No habrá regalos dispuestos bajo el
pino que ubicaron mis hijos en la sala de estar, pero llegada la hora, montaré
en mi mesa un plato bien servido de alimento, en honor de los que nada tienen
esta vez para cenar.
©Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
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