Y de vosotros, qué. Decidme si la luna ya no brilla porque el
mar no alcanza con un beso el cielo, o si las aves han dejado de entibiar el
nido ante la ausencia de quien fue por un instante el compañero… Pues no, que
de amor nadie se muere; y si aquel que abandonó mi lecho piensa que agonizo
porque el trozo de carbón que calcinó mis ganas ya se ha enfriado, le digo no.
Siempre habrá quien quiera suplantarlo.
Mirad que tengo cosas buenas, comenzando con los años que han ganado la experiencia, haciéndome una
dama apetecible, sin temor de ser amada porque rondo los cincuenta; edad
perfecta para dar lo que la vida me ha enseñado.
—¡Anda,
guapa!— me grita la consciencia, arengando la pasión que duerme dentro de mi
ser como la bella Cenicienta, a la espera, claro está, del beso que derrita la
frialdad que me mantiene anquilosada.
El vestido que cuelga en
el perchero bien que ciñe mis caderas; y qué decir de los tacones, esos que me
obligan a desencorvar la espalda; cansada de cargar esa maleta llena de desesperanzas.
¡Así que venga! Que de
amar estoy sedienta. Pero esta vez no pienso compartir mi almohada con cualquiera,
porque cualquiera no es capaz de convertir mi otoño en primavera.
Imagen pública con fines
artísticos
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