Una serpiente muerde mis
anhelos; se trata de tu ausencia. Su veneno es la sustancia que asesina las
fascinaciones que cobraron vida en nuestro lecho. El antídoto no llega; la
fiebre se incrementa, y la punzada de dolor me tiene al borde la prematura
muerte.
El esparadrapo —que disimula
las perforaciones de la herida— de rojo se ha teñido. La hinchazón en el músculo
que regula mi flujo sanguíneo se incrementa: «¡Deberías detenerte de una buena vez por todas!», le increpa la
mitad de mi memoria; la que no está enferma.
Me pregunto torpemente si “morir de amor” es un acto de locura, y
la razón —categórica— responde: —Lo es, porque “los males de amor”, en el olvido encontrarán la cura.
Roberto Soria – Iñaki
Imagen pública
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